En la inmensidad silenciosa en la que todo es vibración sin forma, sentí como un pellizco, luego un suave amasamiento y después ya estaba flotando en un universo oscuro.
Había escuchado historias sobre las semillas de vida que crecen sin saber qué son semillas. Ahora parecía que yo era una de ellas.
Mi naturaleza se hinchaba como un garbanzo en remojo, por estar flotando en aquel cálido líquido (pensaba yo, sin todavía haber aprendido a pensar).
Oía voces que decían que era como un kiwi, al tiempo que se producía una marea que me llevaba de un lado a otro. ¿Iba a ser una jugosa fruta forrada de pelo?
Comencé a sentir que me movía sin yo moverme. Brotaba en mi ser una consciencia que no recordaba y una voz cariñosa que siempre me acompañaba (aunque, a veces, se quejaba).
No sé cómo, percibía ciclos que se repetían. ¿Estaba dando vueltas alrededor de una de esas estrellas que forman las pequeñas galaxias? Tal vez viajaba sobre una de esas piedras que llaman planetas. No sabía yo que los kiwis fuesen tan listos.
Poco a poco empezaron a crecerme ramas en un tronco que también parecía crecer por dentro. ¿Sería un árbol? Había escuchado historias sobre estos seres que crecían en la Tierra. Menuda duda existencial.
Cada vez escuchaba más voces, y la siempre cariñosa se quejaba más cada día que pasaba. Comencé a sentirme como una pesada carga de la que deseaba desprenderse, como la rama que desea que se caiga la fruta madura.
Sentí miedo de ser aplastado. Apenas podía moverme. Aquel mar se había convertido en un pequeño charco. Tenía que prepararme para lo peor.
Y llegó el momento en que la dulce voz no paraba de gritar, y mi pequeño universo parecía que iba a explotar. Se oían más voces, y una luz que entraba por algo parecido a un túnel. Algo gordo iba a pasar. Mi intuición nunca me había fallado.
Y pasó lo que tenía que pasar. Me asomé al nuevo mundo, y sin cursillo de preparación alguno, aprendí a gritar y a sufrir aquel aire que ahora entraba dentro de mí por la nariz. Yo, que creía haber alcanzado mi plenitud, tuve que volver a empezar otra etapa de mi vida.
Al menos ahora sabía lo que era, uno de esos sapiens que andan siempre entretenidos por darle sentido a su existencia. Pero yo lo tenía muy claro, lo había dicho aquella misteriosa voz, era un kiwi, probablemente sapiens, pero un kiwi de las galaxias. Tenía pelo por fuera y era tierno y jugoso por dentro. Era evidente.
P.D.: A esa pequeña criatura que a este mundo se aventura.
Su abuelo.
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