En el verano tardío, templado y colorido, vuelven las salvajes rutinas de las aves migratorias. Se avecina el otoño y entre 20 a 40 millones de papamoscas cerrojillos europeos regresan a África para invernar desde el Senegal hasta el Sudán y Tanzania (sin papeles, ni vacunas, ni permisos). Son las rutinas naturales, tan distintas de las que recorren nuestra mente constantemente (que cada cual se mire las suyas, por favor).
Desde finales de agosto el Parque Lineal de Palomeras, al igual que los linderos de las arboledas de la mitad occidental de la península ibérica se llenan con el ¡¡juit!!, ¡¡pick!! o ¡¡tic!! metálico de Ficedula hypoleuca, que viene de reproducirse en el norte de Eurasia, desde el norte de Escandinavia, Gran Bretaña y Alemania hasta el río Yenisei en Siberia.
A diferencia de la abubilla (mensajera celestial en la antigua china y sagrada en el antiguo Egipto), que “bucea” con su largo pico en la tierra en busca de bichejos, el papamoscas los caza al vuelo lanzándose desde las ramas bajas de los árboles.
Mientras, nosotros comentamos nuestras aventuras vacacionales por playas, montañas, pueblos o ciudades, siempre acompañados por nuestras tarjetas de débito y las capturas fotográficas que atestiguan nuestra presencia en el lugar; antes de sumergirnos en nuestras rutinas domésticas. Cuanto podíamos aprender de la simple observación de los ciclos de la Naturaleza, si no estuviésemos tan enfrascados en los problemas de nuestro ego sapiens.
Otros inmigrantes (sin VISA) tienen que anidar y buscarse el sustento como pueden. Agradecido estoy de mi sedentarismo y mi aprendizaje discontinuo.
Salvajemente se alza el sol sobre los termiteros de ladrillos, coronados por las antenitas que captan las ondas que alimentan las rutinarias pantallas que nos hipnotizan. Se desvanecen las escasas nubes a las que estaban rezando los resecos árboles urbanos que nadie riega. El aroma de los primeros cafés se mezcla con el de las especias del kebab del bar turco de la esquina y el fétido aliento de las intestinales alcantarillas. Un señor mayor recoge latas de cervezas y refrescos, tiradas por los más jóvenes la noche anterior, para echarlas al cercano contenedor de envases. Se esconden las últimas ratas del turno de noche, y en el silencio se escucha algún ladrido de perro encerrado reclamando su paseo. Es el amanecer en mi calle, en el que prefiero perder mi mirada en el azul del cielo y mi olfato entre la tímida fragancia de los laureles ajardinados.
Después de un sueño intermitente me cuesta arrejuntar mi cuerpo y mi mente para poder ser persona otra vez. Van pasando los años y los horarios han ido dejando su huella de modorras y despertares (otra salvaje rutina). Cada día es una pequeña crisis de burguesito europeo en busca del equilibrio emocional entre el bien y el mal: kiwis y kéfir o tostada con ajo y chorizo frito (y la cafeína que no falte). Lucha de titanes entre mi ego y mi espíritu, entre mi biología animal y mi consciencia racional. Que cansino puede ser esto del diálogo interior, y sin embargo que necesario (si queremos conocernos a nosotros mismos).
Me gustaría poder conectar más “analógicamente” con mis semejantes (¿y semejantas?), pero es complicado cuando la crisis (pandemia, economía, cambio climático, . .. guerras) hace que cada cual se encierre más en sus verdades y creencias personales, tratando de agarrarnos a alguna certeza que dé sentido a nuestra existencia (más allá de la pizza con cacacola y las cervezas con calamares viendo la penúltima serie televisiva, o similar). Preferimos quejarnos que abrazarnos. Estamos convirtiendo al otro en un potencial peligro.
Ya me han advertido varias veces de que hablo mucho. En estas circunstancias me sumerjo en los libros (suelen tener cosas interesantes) y en los reflexivos y contemplativos paseos, donde el tiempo psicológico adquiere una dimensión menos atrapadora y con más perspectiva de estar entre el cielo y la tierra en el momento presente (o por lo menos eso me quiero creer).
Por variar de paisaje me hago un Retiro, donde la crisis se vive de otra manera. Aquí no falta el agua para los árboles, los sapiens andan todos happys (o esperan el próximo tren que salga de Atocha con destino a otro “paraíso” urbano o natural). Todo es bonito y con mucha seguridad (pública y privada), puedes navegar en un estanque real, escuchar música en directo (además de los pajaritos cantar), incluso asistir a algún evento cultural. Y además tienes fuentes para beber “de gratis” (todo un detalle de la autoridad municipal).
En el bus que me transporta de la periferia al cogollito observo a mis congéneres. Alguno es rechazado al entrar por no llevar la mascarilla, otros comparten generosamente sus conversaciones por el zapatófono y los hay que imparten recetas para solucionar cualquier cosa. Me llama la atención un hombre mayor de raza negra con una vistosa túnica estampada, un bolso de la autoescuela y un enorme sombrero de paja de ala y copa cónica. Va leyendo un pequeño folleto con caracteres ¿árabes?, que mis prejuicios interpretan rápidamente como un texto islámico (o similar). En un momento, el autobús para en una marquesina donde se anuncia El Rey León, y saco una fotografía mental del buen señor africano con su imagen encuadrada por el cartel del leoncito y el negrito Disney.
Enseguida arranca el bus y mi inquieta mirada se fija en el desmontaje del escalextri de Pacífico y un poco más allá la antigua sede social del Metro de Madrid (ahora en Plaza de Castilla, donde hace años se hacían las asambleas de trabajadores).
El futuro siempre es imprevisible y tal vez esto se convierta en África, como vienen diciendo nuestros vecinos del norte: “África empieza en los Pirineos”.
Pero no vamos a preocuparnos por las incoherencias y contradicciones del mundo moderno, mejor reírse de ellas y hagámonos una simpática foto con un alegre peluche gigante (aunque esté relleno de un pobre y sudoroso inmigrante).
Rutinas salvajes.
Un placer leerte, "amigüito" !!
ResponderEliminarP'alante con el conocimiento y la expresión personal.
P.D. Duda : " Ya me han advertido varias veces ¿de? que hablo mucho ".
S A L U D.
Gracias por el elogioso comentario y la acertada corrección (sobra ese de)
EliminarAmigüito anónimo?
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