Una vez más busco esa amistad invisible que creo encontrar en la naturaleza. Lloran los troncos de los negundos, excavados por el pito real, distintas larvas y algunos hongos. Cantan los petirrojos, los verdecillos y los jilgueros en lo alto de sus ramas, bajo unas nubes grises que han traído la alegría del agua a tanta raíz seca atrapada entre la rápida autovía y los termiteros electrocivilizados que nos dan cobijo. Es mi amigo invisible, el Parque Lineal de Palomeras (para apreciar la Naturaleza no es preciso meterse en una lata motorizada e irse a un lugar exótico).
De pequeño recuerdo haber tenido un amigo invisible con el que hablaba, y dicen que hasta jugaba con él (lo que no recuerdo es si era amigo o amiga). Luego he ido observando que suele ser muy frecuente y me he interesado por comprender ese mágico fenómeno infantil (aunque todavía sigo perdido en el laberinto de los “expertos” y sus explicaciones).
También estaba el “Ratoncito (o ratoncita) Pérez”, siempre con su disposición a alegrarme el momento en el que había perdido un diente. Como les echo de menos en estos días grises, en que parece llover melancolía racionalista mezclada con polvo sahariano.
“Pienso, por lo tanto existo”, decía Descartes (lo que me lleva a suponer que hay mucha gente que no debe de existir o que el pienso lo entienden de otra manera). Suponer que el principio innato en el ser humano es la razón, es mucho suponer. Los hechos parecen demostrar que son las experiencias de los sentidos quienes guían nuestros pensamientos, y no al revés (disquisiciones filosóficas entre señores que tenían tiempo para estas cosas). El caso es que yo he tenido experiencias que no parecen muy racionales, como la del amigo invisible, los reyes magos, el ratoncito Pérez y alguna más (incluida alguna utopía).
Apuntaba Albert Einstein que un ser humano es parte de un todo al que llamamos universo, pero que nos vemos como algo separado del resto, en una especie de ilusión óptica de la conciencia que nos limita a nuestros deseos personales y a sentir afecto por las personas que nos son más próximas, impidiéndonos ampliar nuestro círculo de compasión a todos los seres vivos y al esplendor de la naturaleza (“Mis ideas y opiniones”).
Probablemente los rebeldes niños, todavía sin formatear del todo, queríamos mantener ese vórtice de energía amistosa que parecía entendernos, sin ser conscientes del origen de la misma, y que bien pudiera ser algún tipo de conexión con ese todo universal del que formamos parte (y que cada uno, a su forma y manera, venera o niega).
La normalidad nos acomoda en unos ascensores que nos permiten tener una amplia panorámica desde lo alto de los objetivos logrados, pero sin entender el suelo que sustenta semejante torre ni el infinito misterio que nos acoge (queremos conocer el mundo sin conocernos a nosotros mismos). Lo normal es aumentar nuestra conectividad a través de la tecnología, no a través de la meditación, para terminar siendo transistores de un circuito integrado más que seres conscientes de nuestra inconsciencia.
Lo cierto es que el egocentrismo antropocéntrico en el que vivimos no ayuda demasiado a entender la naturaleza de nuestro ser. Será porque ya somos mayores y nos creemos amos y señores de nuestro libre albedrío para estar todo el día entretenidos, será porque ya no confiamos en la magia de lo natural por estar absortos en nuestra cotidiana y maquinal artificialidad, el caso es que cortamos ese hilillo con el gran misterio, para amarrar las “certezas” de la comodidad y la propia “felicidad” (¿seré repipi?, como me dice una amiga).
Escuchaba el otro día a un anciano general español decir que los europeos occidentales éramos como una pandilla de posmodernos chapoteando en la piscina de los placeres, pero siempre pendientes del socorrista de turno que venga a rescatarnos en caso de problemas. Y en el actual momento de la historia parece que tenemos un par de ellos (aunque nos esforcemos en no querer verlos).
Deseamos siempre más, y nos quejamos como niños caprichosos, pero no sabemos apreciar lo mucho que tenemos (más de lo que cualquier rey de siglos pasados hubiese soñado). Agua, electricidad, cobijo, alimento, salud, . . .y mucha, mucha información (y desinformación también). A veces somos rehenes de nuestras ignorancias y deseos, en nuestras jaulitas de insatisfacción crónica (aunque pongamos morritos amorosos y lindos paisajes en nuestros wasapp e instagram).
Nuestra libertad está condicionada por las presiones externas y nuestras creencias internas, de las cuales no solemos ser muy conscientes. Por hacernos adultos pensamos que no hay más magia que la de los caprichos satisfechos, y que si no nos realizamos es por culpa de “los otros”, nunca por nuestra manera de entender la vida.
Ahora nuestros “amigos invisibles” no nos susurran desde el silencio, como en nuestra más tierna infancia. Ahora hay invisibles “amigos” que nos animan a realizar lo que no queremos, como cuando me empujaban para que me pelease con otro y yo no quería (tenía que demostrar que no era un gallina).
Otra vez las madres, tienen que ver el horror de la testosterona armada y estimulada para la violencia. Otra vez los psicópatas y los caciques de aquí y de allá juegan su partida de ajedrez sin importarles sacrificar peones, alfiles, caballos, torres y damas, con tal de quedar ellos ganadores (y si no ganan, pueden hasta romper el tablero). Más de 20 conflictos armados hay en el planeta, aunque solo nos televisen uno.
No es nada nuevo en la historia de la humanidad. Nos lo contaron como el crecimiento de los imperios (toda nación tiene su leyenda imperial), nos divertimos viendo hazañas bélicas en el cine, hasta lo hemos convertido en juego para los niños (somos muy sapiens).
Otra vez el miedo, el odio, el engaño,. . .Otra vez los ignorantes enfermos de poder, pretenden dar lecciones de moral y ética. Y otra vez parece que han conseguido convencer a sus mayorías “silenciosas” de que lo compasivo es malo y la ira es buena (y a los que no convencen, a la cárcel o al destierro, con la ayuda de la santa inquisición “informativa”). Si bombardeasen a los pueblos con el dinero de las armas y el frente de batalla fuese una encarnizada lucha por comprender al adversario (como hizo Heródoto), tal vez, podríamos dejarles un futuro a nuestras hijas e hijos.
Viene a mi inconsciente la memoria de mis antepasados (que pasaron por guerras y penurias) en una especie de reencarnación de los recuerdos perdidos, pero mi consciente se empeña en cenar y ver la tele (la piscina de los placeres).
Ya si eso maaañaaanaa, estableceré contacto con mi niño interior y el universo mágico, ahora es tiempo de hacer lo que critico y no lo que predico.
P.D.: Querido amigo invisible del ciberespacio (seguramente españolito) que hasta aquí has llegado, continua viviendo entre este mundo que muere y el que bosteza, antes de que se te hiele el corazón, pues de ti depende que sigas regando con la razón las semillas de un horizonte de ilusión.
Como de costumbre el parque lineal, inspirador para el q ve más allá, exponiendo su alegato con soltura , por el brotar de ideas escritas por el lápiz y manejado no por las manos sino por el torrente de tu imaginación ....un abrazo
ResponderEliminarGracias Juanjo por tu comentario.
EliminarMuy chulo.y yo creo que el amigo invisible nos sigue hablando pero no le escuchamos. Jeje.
EliminarQue bien te expresas Javiero y como se nota que estas "jubileta"😘
ResponderEliminarGracias amigo invisible por tus palabras.
ResponderEliminarJavier, me encanta lo que escribes y veo, entre la hojarasca de tu poesía, unas líneas de pensamiento con las que me siento plenamente identificado. Muchos zenkius.
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