En la resplandeciente oscuridad del Parque Lineal se escuchan los suaves arañazos de las hojas secas en el silencio de la noche. Un manto de galaxias invisibles cobija misterios de la historia no escrita. Aviones a reacción trazan líneas de humo y chispazos de luz en la gran sombra celestial. El viento del norte hace que mi sangre se retire de mis periferias, como la clorofila que se refugia en los árboles caducifolios. Solo el movimiento hace que mis fríos se acaloren y pueda sentir el vaho de mis pensamientos. De alguna manera, desde mi individualidad, siento la necesidad de re-unirme con los demás seres que forman eso que llamamos Naturaleza. En fin, rarito que es uno.
Por las ventanas de las celdillas urbanitas asoma la luminosa alegría navideña de las luces de colores. Estrellitas “led” venidas del lejano oriente parpadean colgadas de las paredes que nos dan cobijo. Por las aceras de cemento un paje árabe acarrea los tesoros encontrados en los contenedores de basura, al mismo tiempo que una pequeña pandilla ríe con sus pelucas de espumillón y sus matasuegras. En el calor del bar acristalado se reúnen los devotos amantes del fútbol en pagana veneración a Baco. Estamos en fiestas (otra vez), y yo sin terminar de cogerle el punto a esto de la fiesta interminable como método filosófico.
La festividad del día de la Constitución (6-12) forma un puente, sobre el arroyo de las rutinas y las labores, que llega a juntar dos fines de semana; con el apoyo de la Inmaculada Concepción (8-12) que anuncia la legendaria Natividad (25-12) del niño dios. Curiosa tortilla cultural la nuestra, que no llega a alcanzar a los fruteros bengalíes o a los tenderos chinos, pero que a unos llena y a otros vacía los bolsillos. Dicen los más eruditos liberales que no hay nada mejor que el libre comercio entre los pueblos como forma de reafirmar la fraternidad mundial, que mucho peor serían las guerras por apropiarnos de lo que no tenemos (como se ha venido haciendo a lo largo de la Historia). Es decir, que cuando dejamos la VISA tiesa estamos favoreciendo la paz mundial (y el que no tenga VISA, que hubiese estudiado). Por eso en estos días de esparrame financiero debemos verlo como un acto solidario de pura camaradería entre la gran hermandad sapiens (y no amargar la fiesta, ¡joder!).
Como escaladores sin cuerda, vamos agarrándonos a los mitos socioculturales que nos permiten avanzar en la esperanza de alcanzar la cumbre de nuestros anhelos vitales, para descubrir en la cima, que más allá de la perspectiva del paisaje y lo vivido por el camino no hay más opción que la bajada, y a ser posible por un camino más fácil y sin prisas, disfrutando de los olores, colores, sonidos e incluso sabores que la lucha por lograr el objetivo nos impidió con su torrente de cortisol y adrenalina. En el lento caminar podemos charlar, reflexionar sobre la experiencia, y hasta meditar en silencio sobre los 50 billones de células pensantes que forman nuestro cuerpo carnoso. Es lo que tiene haber superado la juventud.
Pero en el aquí y el ahora: “beben y beben los peces en el río”, “saca la bota María que me voy a emborrachar” que es “Navidad, dulce Navidad”. “A vivir, que son dos días”, que diría Konfusio. Y en esas andamos, entre pandemias y petardos. Es tiempo de re-unirse al calor de las leyendas y los cuñados, de ajenos compañeros y olvidados familiares. Rápidas tertulias en las que pocos escuchan y muchos quieren ser escuchados, provocando ciclogénesis explosivas de palabras y anticiclones de silencios bien regados con manjares dulces y salados. Las emociones se desbordan sobre la mesa/altar donde yacen las sagradas ofrendas (pavos, langostinos y corderos, principalmente), barriendo las racionales dudas filosóficas de los homo sapiens del siglo XXI. Mientras “el servicio” retira los despojos de los inmolados, y cumplido el ritual, un tsunami smartfónico inunda los manteles y nuestros ciberenredados cerebros, en un intento de bajar las inflamadas soledades (pese a la abundante compañía) y disimular el dolor por la ignorancia de nosotros mismos, con la entretenida sabiduría de los teléfonos inteligentes (hace unos años era la tele). Y pensar que hubo un tiempo en que sobrevivíamos sin guasapp, sin webs ni apps, e incluso hablábamos cara a cara y sin prisas. Pero ya no somos neandertales ni estamos en el Pleistoceno (a veces se me olvida).
Suenan tiernas baladas navideñas en mi ordenador portátil y mi señora esposa re-decora con infantil ilusión el vacío salón con la esperanza de La Re-Unión. Se alzan las desnudas ramas del olmo cimarrón con sus yemas preñadas de primavera. El palomo y la paloma crean su particular portal de Belén en el que incubar a su pichón, mientras el Herodes de turno (yo) les amenaza y espanta con el palo de la escoba. Y en horizonte, mucho más allá de los muros enladrillados, imaginamos un hermoso arcoíris de puro ensueño. Es el momento de la Re-unión de niños, jóvenes, mayores, ausentes y presentes.
“Noche de paz, noche de amor”, y si es todo el año, mejor.
Con el culo en el sofá, el café en mi mantelito y el cigarrito en la mano, lo he visto, oído, sentido y casi olido, no en la pantalla sino en ese agujerito que a veces se abre al conectar. El cigarrito se me ha apagado, porque con la risa me da la tos. A aguantar el chaparrón y a disfrutar de los manjares bien regados.
ResponderEliminar... y demos gracias al señor porque es bueno,porque es eterna su misericordia.Amen.
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