Anoche, después de cenar me quedé tonto viendo la televisión. Una crónica sobre la aristocracia española, sucesión de privilegios para una minoría, en perjuicio de la mayoría. Paso por los canales en los que se hace espectáculo de los enamoramientos humanos, del cotilleo comentado por ilustres comadres o de las pruebas de supervivencia de quienes necesitan sus minutos de gloria aunque sea exhibiendo sus miserias públicamente. Brinco con el mando a distancia y veo más noticias sobre guerras provocadas por poderosos ejércitos que pretenden conquistar la gloria para su patria, representada por una bandera y un puñado de “héroes” dispuestos a sacrificar la vida de otros para pasar a la historia; esa triste historia que viene escribiéndose desde hace muchos siglos y de la que los homo sapiens todavía no hemos aprendido la lección, por andar perdidos en esa ignorancia recubierta de datos y conocimientos.
La democracia mediática me permite seguir consumiendo electricidad como si fuera gratis y siempre hubiese estado al servicio de mi especie. Salto de canal para ver resúmenes enlatados de los preparativos del concurso “musical” de Eurovisión, donde las amazonas y los gladiadores de la canción pelearán a gritos por ser los vencedores en una Europa cegada por la libertad del entretenimiento continuo. Me empiezo a acalorar y ya no sé si serán los efectos secundarios de la Astra Zéneca (vacuna anti COVID19) que me puse hace una semana, la silla que me está destrozando el coxis o la ansiedad ociosa que me genera la TV. Menos mal que de vez en cuando aparece algún sugestivo anuncio de coches que me llevan a paraísos inexistentes.
Persisto en mi búsqueda y tropiezo con el cine español, “Jamón, jamón” de Bigas Luna, con Javier Barden (de chulo) y Penélope Cruz (de jamona) en un dramón social de un posfranquismo que, con su doble moral y el sentido trágico de la vida, sigue perdurando como la raíz de la grama aparentemente seca que rebrota después de cada siega. No nos diferenciamos tanto como creemos de los Neandertales.
Escucho en la calle el “chunda, chunda” que sale de una lata con ruedas que pasa saltándose los nuevos límites de velocidad, mientras los miembros de la tribu de los “Maus” se relacionan con sus vecinos “Jachinchis” mediante hermosos discursos filosóficos sobre el sentido de las últimas apuestas deportivas en “Vifiter.com”, “Flodere” o “Enkago end To.es”.
Evidentemente los smartphones nos hacen más “smarts” que nuestros antepasados analógicos. Si le contase yo a mi abuela que iba a poder pagar los garbanzos que compraba al tendero del barrio enseñándole un teléfono (¡y sin cables!).
Me distraigo con una mosca del vinagre que revolotea bajo la luz led de mi lámpara, en un intento fallido de buscar el sol que ya se ocultó tras el horizonte urbano salpicado de rosa, celeste e índigo. La primavera se cuela por las rendijas de mi ventana.
Ya me iba yo para la cama para engancharme a la radio (también smartfoneada) por ser de esa generación que nacimos sin televisor y tuvimos que visualizar el fútbol sin verlo o ver a nuestra madre cantando por la cocina como si fuese un karaoke. Hoy eso, como la lectura o la escritura, son esfuerzos que no se pueden permitir muchos ciberjóvenes por la inmensa pérdida de tiempo y energía que les sustraería de sus series, juegos o redes sociales. No está la libertad para gastarla en tonterías.
El caso es que como decía mi madre, “para ser feliz hay que ser un poco tonto” y yo me quedo atontado escuchando los sesudos comentarios periodísticos sobre los futbolistas millonarios y sus “arruinados” clubs. Prefiero la telenovela de Sergio Ramos y el Real Madrid, que el radicalizado debate sobre el lenguaje inclusivo/a/e/x, lo reconozco.
Mientras, la deuda de los españolitos crece desmesuradamente para pagar los intereses de unos créditos solicitados por unos irresponsables que malgastaron el dinero de todos en beneficio de unos pocos y que ahora se atreven a pontificar sobre la necesidad de acrecentar las desigualdades sociales en beneficio de los codiciosos insaciables. Para colmo, esos personajes públicos son respetados, y hasta venerados, por un pueblo que está a punto de conseguir la deseada inmunidad de rebaño tan necesaria para que volvamos a ser invadidos por los ricos del norte y no solo por los pobres del sur.
Pero hoy, todo esto no importa pues se decide la liga de fútbol que será madrileña (una vez más), porque Madrid es España, y España hoy es Madrid con su libertad para celebrarlo a lo grande entre la diosa Cibeles y el dios Neptuno.
Y yo, tan cínico como de costumbre, viviendo como un patricio romano con mi cuidado jardín y mi tripa rellena, disertando todo el día sobre el sentido de la existencia cual filósofo griego, mientras mis 50 esclavos energéticos me proveen de lo necesario y mucho más.
Como dijo aquel, quien esté libre de pecado que se lo haga mirar o siga zapeando hasta el infinito y más allá.
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