domingo, 13 de octubre de 2019

DESDE LA NO SIESTA DEL 26.09.2019



Desde la no siesta, cansado después de haber estado haciendo el guiri durante más de 4 horas y regresar con decenas de fotografías, escucho el trino alegre de mi querida verdecilla, que desde el nido que se ha hecho en una rama de este árbol, su hogar y refugio, canta a la vida. Yo, que camino sin sus alas ni sus horizontes, ando con la mirada más pendiente de no pisar una mierda que del vuelo de las nubes en el cielo. Cuanto podríamos aprender de los pájaros.



Cual hoja otoñal que se resiste a romper el vínculo, añoro aquel otro árbol que vio como me abría a la primavera y  del que más pronto que tarde tendré que desprenderme totalmente, igual que todas mis compañeras que me han acompañado en este ciclo vital, incluso las que están por brotar. Durante mucho tiempo me he nutrido de la savia producida por la armonía entre la tierra, el agua y el Sol, pero ya siento los pliegues del tiempo bajo mi piel. Cuanto podríamos aprender de los árboles.




Trae el viento el polvo de los sueños perdidos, de los horizontes cercados, de los tiempos que ya no son, pero nuestras antenas de insecto interfieren en lo que nuestros ojos ven, silencian lo que nuestros oídos oyen, endureciendo  nuestra dermis hasta insensibilizarla. Pero tampoco hemos aprendido de esos a los que llamamos bichos.


 Desde la no siesta escucho el “rap alternativo” que aflora por un Smartphone, siento el estrés que se me agarra entre pecho y espalda con las noticias sobre el planeta en el que habito.
Menos mal que una brisa con olor a viaje y vacaciones  viene a refrescarme el ánimo. La próxima, de turismo.


 











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