Desde la no siesta, cansado
después de haber estado haciendo el guiri durante más de 4 horas y regresar con
decenas de fotografías, escucho el trino alegre de mi querida verdecilla, que
desde el nido que se ha hecho en una rama de este árbol, su hogar y refugio,
canta a la vida. Yo, que camino sin sus alas ni sus horizontes, ando con la
mirada más pendiente de no pisar una mierda que del vuelo de las nubes en el
cielo. Cuanto podríamos aprender de los pájaros.
Cual hoja otoñal que se resiste a
romper el vínculo, añoro aquel otro árbol que vio como me abría a la primavera
y del que más pronto que tarde tendré
que desprenderme totalmente, igual que todas mis compañeras que me han
acompañado en este ciclo vital, incluso las que están por brotar. Durante mucho
tiempo me he nutrido de la savia producida por la armonía entre la tierra, el
agua y el Sol, pero ya siento los pliegues del tiempo bajo mi piel. Cuanto
podríamos aprender de los árboles.
Trae el viento el polvo de los sueños
perdidos, de los horizontes cercados, de los tiempos que ya no son, pero
nuestras antenas de insecto interfieren en lo que nuestros ojos ven, silencian
lo que nuestros oídos oyen, endureciendo
nuestra dermis hasta insensibilizarla. Pero tampoco hemos aprendido de
esos a los que llamamos bichos.
Desde la no siesta escucho el “rap
alternativo” que aflora por un Smartphone, siento el estrés que se me agarra
entre pecho y espalda con las noticias sobre el planeta en el que habito.
Menos mal que una brisa con olor a
viaje y vacaciones viene a refrescarme
el ánimo. La próxima, de turismo.
Gracias por enseñarnos que "la no siesta" también puedes ser una sana vivencia.
ResponderEliminarGracias
EliminarMuy bonitas reflexiones, maestro!
ResponderEliminarMuchas gracias.
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