En un momento
de soledad salgo a pasear por el atardecer del Parque Lineal de Palomeras,
después de haber hecho la compra en uno de esos “supers” que han ido
sustituyendo a los pequeños comercios de barrio, a los que procuro ir aunque
estén más lejos. Pero al paso que vamos, dentro de unos años, lo compraremos
todo por internet. De eso mejor no hablo (ya he pecado en más de una
ocasión, lo confieso).
Las jóvenes
cajeras del turno de tarde, van cobrando a los penúltimos clientes, mientras
esperan la hora de salir. En un momento, mientras reponían los estantes o
preparaban los pedidos, han podido charlar entre ellas, incluso con el joven
repartidor. En un momento se difuminó la soledad, y han podido contarse cosas
de su vida. Escuchar y hablar, algo muy humano, que poco a poco se va
perdiendo, en buena parte debido a la cibercomunicación. Cada vez más, nuestro
interlocutor es una pantalla, incluso cuando estamos en compañía (incluso ahora).
En
un momento quiero sumergirme en los verdes prados, en las dispersas nubes, en
el juego de colores y luces del ocaso solar. Quiero escuchar el canto de los
jilgueros y los verdecillos, pero solo escucho cotorras y hurracas, que pueblan
las ramas de los maltratados árboles que sobreviven prisioneros en la ciudad,
sin apenas suelo y agua. Criticamos, a estas aves, por lo mismo que no queremos
ver en nosotros mismos: son ruidosas y sucias invasoras, además de agresivas. Sin
embargo hay a quien les gustan, incluso las adoptan. En un momento la crítica
mental, ensombrece mi “naturalismo romántico”.
En un momento,
el Parque Lineal se va despoblando de jubilados petanqueros y paseantes de
perros, y son los grupos juveniles con sus brebajes varios, comprados en el súper,
quienes lo van ocupando. Se van descolgando los murciélagos para ejecutar sus
erráticos vuelos nocturnos. Comienza el turno de noche.
En un momento,
el nublado atardecer, se ve interrumpido por un “guasap”. En un momento se
cruzan una delgada anciana en silla de ruedas, llevada por su hijo y una
gordita tatuada en cuerpo y alma, que lleva tres perritos atados. Suenan
sirenas de ambulancias por la autovía. En un momento pueden pasar tantas cosas.
Será por eso
que últimamente estoy más consciente de lo que decía el poeta romano Horacio:
Carpe diem, quam minimum credula postero: “Aprovecha el día, no confíes en el
mañana”.
Me hago viejo y
el tiempo me lo voy tomando a sorbitos. Es una medicina amarga, pero necesaria
en este momento.
Retrato: Anaís Martín.
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