Hoy, como tantos días en este
último año, me levanto y salgo a pasear en el amanecer de una fresca mañana de
verano por este Parque Lineal de Palomeras. El sol se va levantando sobre el
horizonte y los árboles tamizan sus rayos, que van mezclándose en mi piel con
la suave brisa, en agradable contraste. Las sophoras japónicas (sófora o acacia
del Japón) y las acacias de Constantinopla (Albizia julibrissin)
siguen con su estival floración. El aroma de la tierra recién regada se
combina con el canto de mirlos, cotorras, jilgueros, gorriones, urracas,
colirrojos, algún carbonero y el continuo rumor de la M40 tras las verdes
colinas.
Las lavanderas alimentan y enseñan a alimentarse a sus pollos (siempre reclamando), en la
charca formada por el riego.
Una mañana en la que saludo con
una sonrisa a personas desconocidas que me encuentro por el camino, hombres y
mujeres, solas o acompañados con sus fieles perrillos, andarines o corredores, trabajadores o jubilados,
jóvenes o ancianos, todos somos vecinos de este poblado barrio limítrofe con el
campo, ya edificado.
Mientras, voy intentando respirar conscientemente y serenar
la mente; para terminar volviendo al hogar que me he dado, con el tesoro de los
miles de pasos dados y alguna foto de malvaviscos, achicoria y otras flores silvestres.
Sé que mi alma no va a tapar sus
agujeros con esta entradita al blog, pero al menos me ejercito para que no se oxide la cámara y el teclado.
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