miércoles, 31 de julio de 2019

Vuelvo a madrugar.




     Hoy, como tantos días en este último año, me levanto y salgo a pasear en el amanecer de una fresca mañana de verano por este Parque Lineal de Palomeras. El sol se va levantando sobre el horizonte y los árboles tamizan sus rayos, que van mezclándose en mi piel con la suave brisa, en agradable contraste. Las sophoras japónicas (sófora o acacia del Japón) y las acacias de Constantinopla (Albizia julibrissin) siguen con su estival floración. El aroma de la tierra recién regada se combina con el canto de mirlos, cotorras, jilgueros, gorriones, urracas, colirrojos, algún carbonero y el continuo rumor de la M40 tras las verdes colinas. 



     Las lavanderas alimentan y enseñan a alimentarse a sus pollos (siempre reclamando), en la charca formada por el riego.



     Una mañana en la que saludo con una sonrisa a personas desconocidas que me encuentro por el camino, hombres y mujeres, solas o acompañados con sus fieles perrillos, andarines o corredores, trabajadores o jubilados, jóvenes o ancianos, todos somos vecinos de este poblado barrio limítrofe con el campo, ya edificado. 

     Mientras, voy intentando respirar conscientemente y serenar la mente; para terminar volviendo al hogar que me he dado, con el tesoro de los miles de pasos dados y alguna foto de malvaviscos, achicoria y otras flores silvestres. 



     Sé que mi alma no va a tapar sus agujeros con esta entradita al blog, pero al menos me ejercito para que no se oxide la cámara y el teclado.

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