Como un gato de aldea deslumbrado por la luz del sol y sorprendido por la tecnología que todo lo inunda, me quedo con la mirada extraviada en un entorno que no cesa de cambiar.
Los campos de cereales han cedido ante la colonización urbanística en este valle del Manzanres, diluido entre los cerros de La Marañosa y los semiabandonados polígonos indrustriales. Son los cambiantes horizontes que se pueden observar desde las colinas del Parque Lineal.
Esta línea fronteriza entre los cubículos enladrillados en los que habitamos y el torrente de cubículos motorizados en los que nos movemos, se está llenando de brotes primaverales. Negundos, olmos, catalpas, pinos, acacias, melias, plátanos de sombra, almeces, . . . y el árbol del amor, algarrobo loco o árbol de Judas, ya florecido. Es la vida salvaje manifestándose, como la arañita que recorre mi libreta o la mosquita que quiere conocer mundo andando por mi mano.
La vida se abre camino entre la continua imperdurabilidad de todas las cosas. La joven cerraja no respeta los límites establecidos y se atreve a invadir el espacio reservado para el descanso de las posaderas de los homo sapiens. Los viejos tablones de pino no dicen nada, aunque sus fibras estén cada vez más agrietadas.
Otras "sombras", aunque sean muy llamativas, preferimos no verlas. Como estos eternos envases de efímeros placeres, auténticos souvenires de esta civilización consumista.
Una civilización que no deja de expandirse para convertirnos a todos en urbanitas, deseosos de hermosos paisajes naturales y/o entrañables cascos históricos. Un oceano de bloques de cemento nos rodea, cada vez más.
Como consecuencia de la globalización, especies exóticas (como esta cotorra verde) invaden nuestras ciudades, al igual que los urbanitas invadimos todo lo exótico. Los parques y jardines de nuestras ciudades son fiel reflejo de ello.
Esos parques y jardines en los que entramos en contacto con la Naturaleza (aunque sea cautiva), ya sea oxigenándonos, haciendo ejercicio o contemplando a otras especies que nos acompañan en este viaje galáctico sobre esta vieja nave espacial llamada Tierra.
Eso sí, cada cual a su ritmo. Algunos con prisas y otros sin prisa alguna. Pues ni somos los árboles que nos han hecho posible la vida en este planeta, ni somos pájaros aunque nos encante volar (a algunos) de aquí para allá.
Por eso, aunque cuentan antiguas leyendas de conquistas cristianas sobre esta antigua población árabe y nuestro gusto por salir de noche, creo que los de esta ciudad nos sentimos gatos por añorar el vergel frondoso que una vez fué este lugar. ¡Miau!
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