Caminando por
el Parque Lineal percibo el aroma de las melias en flor, el canto de los emigrantes jilgueros, las florecillas del olivo y el rumor del
progreso corriendo por la M40. En la perspectiva del tiempo y el espacio, mi
mente se retrotrae a la infancia, en la que los campos (hoy convertidos en
polígonos industriales abandonados) llegaban hasta los bordes de la ciudad. Hoy apenas quedan horizontes que no estén encajonados.
Los ilusionados
ojos de aquel niño de barrio fronterizo que jugaba entre las vías del
ferrocarril, los cerros de escombros y el arroyo Abroñigal, fueron buscando
ilusiones de futuro y ampliando los horizontes.
La metamorfosis adolescente cambió mi mirada, forzada a memorizar
conocimientos que poco tenían que ver con mi ser. Llegaron los libros y las
gafas. Llegó el enamoramiento y las ideas utópicas. Todo parecía luminoso, más
o menos.
Hoy esos mismos
ojos, ya fritos por tantos esfuerzos adaptativos al reino de la electricidad (lámparas
incandescentes, luego fluorescentes, televisiones de rayos catódicos, de
plasma, diodos led, ordenadores como este, smartphones, …), se
quejan por tanto descuido. Me imagino que lo mismo dirán mis riñones, mi
corazón, mis dientes, mi hígado, mis pulmones y cada una de las partes de mi
cuerpo, que empiezan a susurrarme que no soy inmortal. Y cada cual a su manera, pero hay que ir cuidandose.
Y lo peor de
todo, que habiendo llegado al paraíso del obrero, siento tristeza porque veo
que las hermosas ideas que el ser humano ha tenido a lo largo de la historia,
han quedado oscurecidas por el maquinal poderío de quien necesita nutrirse de
la energía vital de otros para compensar la suya. Desgraciadamente lo que
llamamos historia está plagada de estos personajes, a los que se nos enseñan a
admirar desde pequeños.
Pían incasables
los gorriones entre los huecos de las fachadas, presume el mirlo cantarín sobre
las cornisas, chillan los vencejos en su continuo planeo, charlan las ancianas
en el pollete, ululan lejanas sirenas en este mundo sin silencio, planean los
jóvenes las diversiones del finde y yo sigo castigándome la vista frente a la
pantallita, por creerme un náufrago perdido en este ciberespacio que no deja de
crecer y ocuparnos. Al menos me asomo a la ventana, para variar el enfoque
hacia el agua en su gaseoso viaje aéreo.
Vergüenza me
doy a mí mismo por no dar palmas con las orejas, siendo un privilegiado homo
sapiens del siglo XXI; pero es que no me sale. Lo siento, será que me estoy
haciendo viejo, al menos es lo que parece decirme con su mirada esta joven perrita.
Te haces viejo como todos, normal e inevitable, pero también más sabio y sensible. De ahí la vergüenza.
ResponderEliminarGracias gorrión por tus acertados comentarios.
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