lunes, 11 de junio de 2018

JUBILADO CAMINANTE.





Caminando por el Parque Lineal percibo el aroma de las melias en flor, el canto de los emigrantes jilgueros, las florecillas del olivo y el rumor del progreso corriendo por la M40. En la perspectiva del tiempo y el espacio, mi mente se retrotrae a la infancia, en la que los campos (hoy convertidos en polígonos industriales abandonados) llegaban hasta los bordes de la ciudad. Hoy apenas quedan horizontes que no estén encajonados.





Los ilusionados ojos de aquel niño de barrio fronterizo que jugaba entre las vías del ferrocarril, los cerros de escombros y el arroyo Abroñigal, fueron buscando ilusiones de futuro y ampliando los horizontes.  La metamorfosis adolescente cambió mi mirada, forzada a memorizar conocimientos que poco tenían que ver con mi ser. Llegaron los libros y las gafas. Llegó el enamoramiento y las ideas utópicas. Todo parecía luminoso, más o menos.




Hoy esos mismos ojos, ya fritos por tantos esfuerzos adaptativos al reino de la electricidad (lámparas incandescentes, luego fluorescentes, televisiones de rayos catódicos, de plasma,  diodos led,  ordenadores como este, smartphones, …), se quejan por tanto descuido. Me imagino que lo mismo dirán mis riñones, mi corazón, mis dientes, mi hígado, mis pulmones y cada una de las partes de mi cuerpo, que empiezan a susurrarme que no soy inmortal. Y cada cual a su manera, pero hay que ir cuidandose.




Y lo peor de todo, que habiendo llegado al paraíso del obrero, siento tristeza porque veo que las hermosas ideas que el ser humano ha tenido a lo largo de la historia, han quedado oscurecidas por el maquinal poderío de quien necesita nutrirse de la energía vital de otros para compensar la suya. Desgraciadamente lo que llamamos historia está plagada de estos personajes, a los que se nos enseñan a admirar desde pequeños.




Pían incasables los gorriones entre los huecos de las fachadas, presume el mirlo cantarín sobre las cornisas, chillan los vencejos en su continuo planeo, charlan las ancianas en el pollete, ululan lejanas sirenas en este mundo sin silencio, planean los jóvenes las diversiones del finde y yo sigo castigándome la vista frente a la pantallita, por creerme un náufrago perdido en este ciberespacio que no deja de crecer y ocuparnos. Al menos me asomo a la ventana, para variar el enfoque hacia el agua en su gaseoso viaje aéreo.




Vergüenza me doy a mí mismo por no dar palmas con las orejas, siendo un privilegiado homo sapiens del siglo XXI; pero es que no me sale. Lo siento, será que me estoy haciendo viejo, al menos es lo que parece decirme con su mirada esta joven perrita.

2 comentarios:

  1. Te haces viejo como todos, normal e inevitable, pero también más sabio y sensible. De ahí la vergüenza.

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  2. Gracias gorrión por tus acertados comentarios.

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