Desde el pasado
invierno no me asomaba por esta ventana del ciberespacio. El más pequeño de la
familia de electrodomésticos con la que convivimos acapara la mayor parte de mi
atención. Ese ordenador chiquitín que se ha convertido en inseparable compañero
de nuestras soledades compartidas no cesa
de hacerme cucamonas digitales para recibir mimos y cuidados, que
generosamente le termino dando. Siento como si ahora que estoy con su hermano
mayor (el pc portátil), le estuviese desatendiendo, ahí, abandonado sobre la
mesa: el móvil, inmóvil.
Mucho llovió en
la primavera y las efímeras flores poblaron el paisaje, hasta que la sequía
veraniega lo resecó todo, incluidas muchas ilusiones que dibujaban un horizonte
de esperanza. Parece que las utopías personales, como los tomates
plastificados, son productos que la industria nos facilita para que no tengamos
que hacer esfuerzos. Qué maravilla esta de tener los frutos sin tener que
cultivarlos.
Venciendo la
ley de la comodidad, levanto mi culo y salgo a pasear, para arar mi mente en
barbecho con los surcos de la respiración consciente y el silencio del paseo
ermitaño entre el cielo y la tierra, por el Parque Lineal de Palomeras. Entre
los rumores de los motores con sus malos humos, escucho el canto de los
papamoscas en sus territorios de caza, cebándose de insectos alados. Esos
mismos que hace un momento me rodeaban en modo de enjambre danzante mientras trataba
de escribir a la sombra de los negundos, sentado sobre un banco de tablones de
pino. Una especie de hormiga de ala se aposenta sobre mi camisa como buscando
su reino, hasta que mi dedo la golpea al vacio.
Un señor mayor
habla sobre la añorada jubilación de un amigo, unos jóvenes comentan la
inseguridad laboral en su empresa, una niña-madre pasea con un cochecito a su
hijo, al perro y al smarphone. El pito real vuela y se esconde tras los troncos
de los pinos, las urracas, las torcaces, los gorriones y las lavanderas
exploran la pradera regada. Más allá de las colinas, el ensanche de la ciudad
ha vuelto a tener grúas en movimiento, y en el interior de los cobijos urbanos
las televisiones nos inundan con entretenimientos, terribles noticias y falsas
promesas que nos queremos creer.
Y yo sigo
hipotecándome en comprar a plazos las cortas utopías del llamado del estado del bienestar. Vacaciones, ilusiones,
fiestas y posesiones, desplazan las tranquilas meditaciones, las fraternales
relaciones o la observación de nuestras circunstancias vitales. Lo que decía, una
utopía muy cortita.
Hola Alcaudoncillo, la utopía es una posibilidad ubicada en un remoto futuro. Este tiempo en que vivimos, nos exige proyectos para realizar ahora... aunque esos proyectos puedan parecernos imposibles. Bonitas fotografías
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. Evidentemente la utopía es un horizonte hacia el que caminar, pero el camino se hace paso a paso, aquí y ahora.
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