En el cielo celeste
hacen sus acrobacias los hijos del aire. Puede volar más de 200 km/h, y pueden
dormir planeando a gran altura, aunque suelen hacerlo en su nido-agujero. Desde
el norte de Europa hasta el África ecuatorial, atraviesan la península Ibérica
millones de estos seres alados. Son los
vencejos comunes (Apus apus).
Viven la vida en paz consigo mismos, cuidando de
sus crías, formando pareja para cuidarlas y agradeciendo los parabienes que le
ofrece la Madre Tierra, aunque tengan que cazar entre los altos edificios de la ciudad.
Antes del amanecer otro oscuro pájaro llenaba la madrugada
urbana con sus expectaculares trinos. Suele hacerlo también al atardecer. Más
rechoncho y sedentario que el vencejo, se pasa buena parte del día revolviendo
entre la hojarasca del suelo en busca de insectos, que amorosamente lleva a sus
pollos. Posado sobre las altas ramas se le ve cantar apaciblemente, con su pico
amarillo y su negro plumaje. Es el mirlo común (Turdus merula), que ya ha sacado adelante su primera pollada.
Ahora escucho el incansable piar de los abundantes gorriones
comunes (passer domésticus), los chillidos de los vencejos en vuelo y el triste
canto de una perdiz roja (Alectoris rufa) encerrada en una jaula como ornamento
de algún nicho humano. Hay amores que matan y pacíficas acciones que hieren.
Cuando aprenderá el homo sapiens a amar en paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario