lunes, 20 de julio de 2020

AMIG@S



Según el DRAE la amistad es una “relación de afecto, simpatía y confianza que se establece entre personas que no son familia”. Así es que cuando el otro día vi por el Parque Lineal de Palomeras a una vecina que vive en mi escalera y que hacía meses que no veía, y sentí afecto, confianza y simpatía, supe que había amistad mientras charlábamos de nutrición y equilibrio físico y emocional. Algo parecido me pasó al encontrarme con un compañero de trabajo en el cotidiano caminar, con un viejo amigo que recolectaba flores y ramas para un ikebana o con un amigo instagram que hacía décadas que no veía. Comienzan los encuentros después del forzado confinamiento por culpa de un virus. 


Desde pequeño me ha costado hacer amig@s, por eso son para mí un preciado tesoro que trato de conservar lo mejor que puedo. Empezaron siendo compañeros de juegos infantiles, luego colegas adolescentes, continuaron con los compañeros de mili y del trabajo, incluso l@s amig@s de l@s amig@s. La amistad la he ido encontrando en cualquier lugar (incluso en el ciberespacio), solo he tenido que ser amistoso conmigo mismo y no creerme que los demás eran extras de mi película (no ha sido fácil).



Cuando he compartido mis problemas, se me han diluido las emociones que los amplificaban, al igual que al compartir las alegrías ha crecido mi ánimo. Tener al menos una persona con la que poder intimar en confianza nos ayuda a conservar nuestra salud mental y emocional, por eso es tan importante tener buenas relaciones de amistad, compañerismo y familiaridad. Y por supuesto, ser sinceros con nosotros mismos. Hay quien dice que el mejor psicólogo es una buena amistad, de esas que se atreven a decirte las cosas que te incomodan.


Nos vamos creando nuestro mundo creyéndonos que eso es la realidad, incluso tratamos de convencer a otros de ello. Buscamos amig@s que refrenden nuestras creencias e incluso medimos la reciprocidad (siempre asimétrica) de cada amistad. Pero lo que nos hace germinar es el riego con otras verdades amigas que nos permiten romper la cáscara de la bellota, para ser encina y no solo engordar para ser comida de cerdo ibérico.



El mejor amigo (o enemigo) somos nosotros mismos. Los conflictos y las soluciones siempre están dentro de uno, aunque nos empecinemos en buscar culpables y soluciones externas. El paseo cotidiano me ayuda a encontrarme, en medio de un entorno relleno de gente anónima (poco amistosa), y por lo tanto puedo decir que es uno de mis mejores amigos.



Comprender las circunstancias que nos ha tocado vivir es fundamental para entendernos. La ciudad, que sigue invadiendo el campo, tiende a aislarnos aunque nos amontone. Por eso necesito el contacto con la naturaleza, para darme cuenta que más allá de mis egocéntricas preocupaciones las golondrinas han vuelto para “robar” el barro de los charcos y okupar con sus nidos las cornisas de nuestros edificios, que los acer siguen dando su semillas voladoras aunque no las dejemos crecer, que en los horizontes limpios de humos, que ha dejado este pequeño decrecimiento económico, se puede observar el Cerro de los Ángeles, incluso la silueta difuminada de la Sierra de Gredos (lo que sucede en el resto del mundo no puede explicarse aquí).



El calor mesetario inunda la ciudad. Las calles se vuelven a despoblar, esta vez no es por el aparcamiento lineal que haya decretado la autoridad sino por no molestar el cortejo de las chicharras que inundan los árboles ajardinados :-). Es verano.



De vuelta al cobijo (otro buen amigo), me tumbo boca arriba (savasana, en yoga) para descansar la espalda y la mente. A través de las paredes escucho a la vecina de al lado que tiene una de esas relaciones modernas en las que se pasa más tiempo con el “esmarfon” que con el novio. A los de arriba, que les ha venido un nietecito y han reverdecido su capacidad de dar amor. Abajo se escuchan discursos educacionales dirigidos a la pareja de perritos llorones. En frente una viuda llora su soledad desde el sofoco emocional, después de haber perdido a su marido en marzo. 

 

Buscamos algo que hacer, alguien a quien amar y una ilusión en el horizonte. Y a esto ayudan mucho l@s amig@s, la familia y l@s compañer@s. 


Los miedos, que con tanta fuerza e insistencia brotaron hace unos meses, parecen deshacerse lentamente ante la necesidad de continuar viviendo con cierta “normalidad”. La amenaza biológica para los humanos persiste. Para el resto de seres vivos la amenaza somos nosotros. 
 


Después de meses confinados, no pudimos esperar más, teníamos ganas de juntarnos respetando el distanciamiento social y la higiene corporal (que somos personas formales y educadas). Mascarillas caseras, quirúrgicas desechables, FFP2, KN95 de alto aislamiento, gel hidroalcohólico, . . Hubo quien llegó marcando distancias y quien parecía un kamikaze de los abrazos. Íbamos con una idea preconcebida y poco a poco fuimos dejándonos moldear por las circunstancias. Cada uno es un mundo y hemos vivido esto de distinta manera. Existían ganas de comunicarse, de ser escuchados, incluso de escuchar. 



Sentimos los espacios abiertos, los hermosos trigales bordeados de amapolas e hinojos, las veredas entre los encinares que sujetan el erosionado suelo de los vallecitos que llevan al Tajuña. La hilera de la tribu se partía por los distintos ritmos que cada cual llevaba, mientras los perros iban y venían. Yo me quedaba casi siempre el último (haciéndome el perro), frenado por la contemplación del paisaje, la fotografía y alguna conversación. Hace ya un tiempo que he ido abandonando las prisas. En la meta nos esperaban viandas y brebajes en el bonito cobijo que un día decidieron habitar, estos viejos amigos, abandonando la ciudad. Tras la pantagruélica ingesta dejé que mi mente y mis huesos descansasen en horizontal sobre la firme tierra, arropado por el canto de palomos, estorninos, verdecillos, jilgueros y el suave deambular de los cúmulos que presagiaban la tormenta. El bálsamo de la amistad redujo más de una inflamación emocional. Gracias amig@s.
 

Mientras no consigamos la “inmunidad de rebaño”, el miedo nos acompañará como viene haciéndolo toda la vida. De momento cultivemos la afectividad (incluida la autoestima). Y recordad que los mismos que decían hace tres meses que la mascarilla no era necesaria son los que ahora te multan con 100 euros por no llevarla puesta. La verdad siempre es relativa. Escuchar otras verdades siempre enriquece la nuestra, y en eso l@s amig@s son una ayuda fundamental.


No hay comentarios:

Publicar un comentario