domingo, 2 de febrero de 2025

EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE INVIERNO

 

Otra vez tengo un sueño recurrente en el que deambulo por mi antiguo trabajo, angustiado por no encontrar mi lugar en el entramado laboral.

Parezco perdido entre una multitud de extrañas personas que parecen muy enfrascadas en unas supuestas tareas que les impiden atender mi humano desconcierto. Todas llevan algún tipo de dispositivo inalámbrico que las mantiene conectadas a presuntas reuniones en línea con distintos y distantes departamentos de esta y otras empresas. Nadie me mira a los ojos. Soy como una especie de bicho raro que molesto ligeramente en su continuo trajín de ir y venir. Cuando, por fin, consigo encontrar a alguno de mis antiguos jefes para que me orienten en mis quehaceres, me atienden con una amplia sonrisa tranquilizadora, me preguntan “¿qué tal Medel? ¿todo bien?, me alegro de verte por aquí. Tú no te preocupes. Si necesitas algo ya sabes dónde encontrarme”, y con una palmadita en el hombro se pierden entre la tropilla de técnicos y especialistas hiperconectados a “otras cosas”. Y yo vuelvo a quedarme naufrago y sin isla en la que poder asentarme.

El entorno laboral está poco definido, es una especie de talleres, oficinas con despachos, almacenillos automatizados y salas de reuniones, que se entremezclan como una densa jungla grisácea de mamparas separadoras, bañado todo por una mortecina e intensa luz artificial que se mezcla con la claridad exterior que se intuye más allá de una especie de enorme burbuja de plástico y duraluminio que todo lo envuelve. Máquinas y humanos parecen cohabitar con naturalidad, entre reliquias del pasado como los desvencijados vestuarios para obreros y los sofisticados paneles de realidad virtual. Y yo preguntándome donde fichar mi entrada y salida, para poder irme de allí, o por lo menos encontrar mi antigua taquilla para poder cambiarme de ropa.

Mi figura parece anacrónica. Todo el mundo parece tener muy claro cuáles son sus multitareas, pese a que las diferenciaciones entre trabajo manual e intelectual parecen haberse diluido. De hecho nadie lleva ya un uniforme diferenciador, sino que la vestimenta es totalmente informal y cada cual va vestido a su manera, resaltando su individualidad personal. En lo único que se parece coincidir es en la esculturalidad de los cuerpos tallados por el deporte y la gimnasia. Mujeres y hombres se muestran generosamente seductores y contentos, con sugerentes prendas que muestran unos bodys rebosantes de tersa juventud. Una sensualidad encapsulada en una férrea y distante formalidad totalmente ausente de espontaneidad. Las sonrisas perpetuas parecen haberse embuchado a las antiguas risas y carcajadas que antiguamente brotaban por la familiaridad en el trato entre compañeros.

Yo sigo cada vez más angustiado, pues mi ropaje y apariencia me hacen parecer un tío patato en medio de un huerto de esbeltas zanahorias, ya que todo el personal luce una bronceada piel, mientras mi palidez sombría luce un mosaico de arrugas y verrugas muy poco juveniles.

Abrumado por no conseguir encontrar mi antigua identidad de Maestro de Logística, nº 2.710, sigo explorando los micro y macro pabellones que se entrelazan indefinidamente, en busca de un compañero que pueda orientarme, pero no conozco a nadie y mi angustia cada vez es mayor.

Sé que es un sueño y puedo despertarme, pero sigo esforzándome por salir del laberinto onírico que se repite desde hace años.

Para colmo, hoy había llevado (en el sueño) a mi hijo, que parecía mi nieto, por haber unas jornadas de puertas abiertas para familiares, y a mi habitual desesperación se añadía la de mi pequeño que no paraba de mirarme en busca de una explicación que yo no sabía darle. El turno de mañana se acababa y se solapaba con el siguiente, sin que yo pudiese concluir por no encontrar ni mi tarjeta identificativa, ni el reloj de fichar, ni ningún responsable que me exonerase de mi supuesta tarea. Así que llamé a mi madre para que viniese en coche a recoger al pequeño, el problema es que mi madre no sabía conducir y estaba muerta hace años. ¡¡Uff!! Mejor me despierto.

Probablemente este sueño esté cargado de simbolismos como el miedo a la pérdida de mi identidad, el temor a la obsolescencia en una sociedad hiper tecnificada y superficial, la creciente incomunicación larvada entre tanto medio de comunicación, la desconfianza en un futuro incierto y otras varias.

Pero también es posible que haya influido el zamparme para cenar unas rodajas de piña, dos tomates, unas lonchas de jamón serrano con biscotes integrales, unos trozos de lacón con pimentón y aceite de oliva virgen, unos frutos secos y un poco de Rioja tinto reserva de 2018, además de enterarme de que el Real Madrid ha perdido con el Español en Sarriá y de que el nuevo inquilino de la Casa Blanca pretende ser el nuevo emperador de la Ignorancia Ilustrada que se extiende por toda la humanidad. No lo sé, creo que todo influye, incluso la inquietud por el funcionamiento de mis mitocondrias, mi nervio vago, mi microbiota intestinal y el estrés que me produce la lucha entre mi ego y mi ser esencial.

Espero que después de desahogarme escribiendo, tomarme los kiwis y el kéfir, pueda pasar por el retrete y descargar esta pesadumbre gracias a la conexión intestino cerebro. Voy.

7 comentarios:

  1. Tal cuál. La cena y el emperador de la Casa Blanca.

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  2. "Los sueños sueños son", que dijo Quevedo. Otro ratino de solaz deleite.Gracias.

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  3. Muy bueno, la maquinaria se ha mimetizado con los agentes humanos, y tú en tu sueño busca la relación entre compañeros que antes existía.
    Jajaja, me he reído mucho con el cuerpo de patato y las escultoricas zanahorias.
    Me gusta mucho
    Un abrazo grande 🤗

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