viernes, 20 de diciembre de 2024

FELICES FIESTAS

 

Sin las irrefrenables prisas de la ardiente juventud, contemplo el amanecer de un nuevo día, lo cual ya es una fiesta que me hace feliz aquí y ahora. El rocío invernal comienza a evaporarse bajo los primeros rayos del Sol, como viene haciéndolo desde hace 400 millones de años. Los descendientes de los saurios, mirlos, cotorras, urracas, gorriones y petirrojos, se desperezan para buscarse el sustento, el “sustento” trata de seguir viviendo pero se convierte en comida. No hay justicia para los más débiles, ni tiempo para cuestionarse el sentido de su existencia.

Los pequeños homínidos sapiens siembran de algarabía el sombrío paisaje urbano, camino del colegio donde serán formateados culturalmente. Las raíces de los árboles van aletargándose ante la llegada del invierno. Yo sigo buscando el sentido de mi vida, como todos los días, en la oficina de objetos perdidos, pero el señor serio del mostrador me mira raro, no sé por qué, a mí me parece que hay mucha gente que también lo ha perdido.

De alguna manera todas las formas de vida buscamos la grata satisfacción física y espiritual, eso que llamamos felicidad, y creemos que los días de ocio en los que nos reunimos para regocijarnos o celebrar algo son las fiestas en las que podemos darle rienda suelta a nuestro libre albedrío, ignorantes de nuestros condicionamientos biológicos, socioculturales y psicológicos como especie domesticada desde tiempos prehistóricos. Tenemos los caprichos muy mitificados.

En estas fechas en las que solemos desearnos “¡Felices fiestas!” con una insistencia tal que quien no sea feliz se sentirá muy desgraciado. Más que una opción deseable, hemos convertido la “felicidad” en una obligación de diversión productiva. Todo aquel que ose trascender el espíritu navideño de las lucecitas led, las comidas pantagruélicas y las fachadas “súper happy”, será tachado de muermo, grinch, rarito, amargado o disidente, perderá muchos puntos sociales pudiendo ser desterrado de la tribu. Yo estoy en el límite.

Desde estas letrillas te animo a que busques la felicidad en esa paz interior que produce la serenidad mental de conocerse a uno mismo, en la fraternidad con todos los seres que te rodean y en la contemplación del misterio de la vida natural; a qué vivas las fiestas como esa oportunidad, que tenemos solo los humanos, para que nuestra alma traspase la encorsetada normalidad en la que vivimos y pueda divagar libremente más allá de las continuas estimulaciones externas, permitiendo descansar a nuestro estresado y distraído cerebro.

Hay quien dice que la felicidad es la ausencia de la búsqueda compulsiva de la aprobación por parte de los demás. No lo sé.

Ojalá que la codicia y la ira se pudriesen, como paradigmas caducos que son, y de su fermentación surgiese el humus para nutrir el suelo en el que enraizasen el amor incondicional y la armonía con la Naturaleza, más allá de esa matrix de pantallas en las que andamos enredados. Por pedir que no quede.

Perdamos el miedo a reflexionar, a meditar, a contemplar, a frenar nuestra desenfrenada actividad “productiva”. Es justo y necesario. La felicidad no está en el fin de semana, en las vacaciones o la jubilación, si no en la consciencia del momento presente, ya sea zampándonos un manjar o limpiándole el culo a un niño.

Ya es de noche y desde el calor de mi hogar me asomo por la cristalera y veo a un hombre enjuto con un carrito y un palo rebuscando en los contenedores de la basura “ecológicamente” separada. En mi cocina, sin embargo, se escuchan las voces de asombro de mis amigos por la zarzuela de marisco que ha preparado mi querida esposa, después de haber estado picoteando toda la tarde, mientras nos contábamos las aventuras y desventuras de estas fiestas. Son los contrastes que viene padeciendo la humanidad desde hace miles de años, y que ni el Nacimiento o el árbol de Navidad logran ocultar.

Yo, de momento, me he adelantado al año que viene y ya me he puesto el control horario de mi Smartphone, con el firme propósito de “aburrirme” escuchando mis diálogos internos, lo que no impide que, a veces, alguna emoción o pensamiento negro zaino salte la barrera de mi corteza prefrontal y me lleve a las sombras de las guerras, las injusticias sociales o al dudoso futuro que estamos dejando a las próximas generaciones; pero ya voy aprendiendo a no hacerme daño gratuitamente y aceptar lo que NO puedo cambiar, y poner mi voluntad en lo que SI puedo cambiar (principalmente a mí).

De momento, soy como un Ícaro volando con alas de madera sobre la selva tropical de mi maceta (Spathiphyllum) recién regada, alzándome desde mi ventana hacia el Sol, sobre el horizonte enladrillado,  en este planeta azul celeste con 4.543 millones de años de antigüedad; mientras no dejo de garabatear en una reciclada hoja de papel, como quien bucea entre arrecifes de ideas para desearte ¡Felices Fiestas! y un ciberabrazo.

2 comentarios:

  1. Hace NO mucho tiempo que ando también en la idea de "NO hacerme daño de manera gratuita" y en centrarme en mis anhelos con la esperanza de que estos NO hieran las expectativas de , sobre todo,las personas a las que mis afectos se dirigen con mayor frecuencia.A veces me sobrepasa la marea circundante de emociones negativas, el desamparo y la estupidez humana pero intento que ese flujo sea lo más breve posible.
    Me adhiero a tu sentir y a tu hacer.Es muy gratificante escuchar tus "ronroneos" y admiro tu dedicación y esfuerzo a esa ardua tarea de comprender para conocerse a uno mismo.
    S A L U D , buen criterio y mejor vino 🍷.

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    1. Muchas gracias por tu comentario anónimo, me ayuda a seguir caminando y ronroneando susurros.

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