Alejado del Parque Lineal, ahora oscuro y embarrado, donde duermen los pequeños seres alados, abro un boquete en el continuo entretenimiento que impregna mi tiempo y me asomo al presente para percibirme como el agua que corre por mi cuerpo, hijo de la tierra, y en el que el fuego de las emociones se va apaciguando desde la consciencia de mi respiración (meditación). Me asomo a la noche oscura batida por el viento del oeste y percibo la húmeda brisa desde mi cristalera.
Mientras los distintos humos envuelven la urbe de luminosos horizontes sembrados de vatios, una lejana prima de los leones africanos afila sus uñas en el tronco de la sófora japónica (falsa acacia) atrapada en el alcorque de la acera. Unos perritos de sofá, atados a la correa de su dueña durante su breve paseo, ladran a la felina, y la embarazada gatita se refugia bajo los coches (equipados con Inteligencia Artificial), aparcados junto al bordillo; esperando pacientemente que pasen los domesticados esclavos caninos. Luego sigue su aventura nocturna por la supervivencia, buscando alguna adormilada ave diurna, entre los jardines desjarnidanos o el bufet libre de una bolsa de basura abandonada fuera de la parametrizada zona de contenedores para el supuesto reciclaje. En su vientre lleva a sus futuras crías, y llegado el momento tendrá que parir (sin epidural ni matrona) y evitar que de otros depredadores sean el alimento (si consigue mantenerlas el aliento). Otro capítulo más de la vida “salvaje” y la civilizada chatarra.
Ya no hay tejados accesibles para el deambular nocturno de los mininos. Ahora ya no les queremos como ahuyentadores de ratas y ratones, ahora les esterilizamos para que no sean una plaga (como nosotros).
La parásita luz eléctrica (de las luminarias led Philips) ha devorado la contemplación de la luna y de la bóveda de estrellas que ya no guían el camino del ser humano, convertido en habitante de sus termiteros climatizados; donde a su vez es parasitado por una comodidad perfecta que le enferma de excesos, mientras otros muchos mueren por lo contrario (“qué alegre eres”, me dice con ironía mi señora esposa). El canto de los mochuelos y los misteriosos ruidos del bosque ya no asustan al sapiens.
No quiero empaparme de las noticias de un mundo viejo en el que los poderosos de alma hueca prefieren agotar los recursos de la biosfera y llevar a la guerra a los pueblos, como forma de crecimiento económico; mientras el guiñol de los políticos representa la tragicomedia de los grandes mitos creados para la distracción del público.
¡Libertad! ¡Patria! ¡Justicia! ¡Dios! ¡Dinero! ¡Progreso!, se gritan unos a otros, y los tertulianos profetas regurgitan sus análisis en los medios de desinformación de masas (he notado que tanta “información” me descarrila las neuronas).
Menos mal que los rebeldes sin causa ya hemos conseguido organizar la resistencia creando un vergel individualizado de series, juegos, deportes y entretenimientos que nos inmunizan de estos y otros sufrimientos (por una módica cuota), en muchas ocasiones con un lindo gatito acurrucado en nuestro regazo.
Como decía Séneca para vivir bien hay que prepararse para morir (perder el miedo a la idea de la muerte). La gatita no parece tenerle miedo a la vida. La muerte no es más que un pensamiento, decía Krishnamurti, pero como no le voy a poder explicar todo esto a la gatita (todavía no he aprendido a maullar correctamente), mejor me voy a ver la tele un rato, que hoy juega mi equipo una eliminatoria de la Copa del rey (¡¡Oe, oe, oe, oe!!), volviendo a dar un respingo en el espacio/tiempo que me ha tocado vivir (mis circunstancias que diría Pepe Ortega).
No hay comentarios:
Publicar un comentario