“Es más fácil escribir diez volúmenes de principios
filosóficos que poner en práctica uno solo de sus principios”.
Como buen aprendiz de naturalista descafeinado, me veo reflejado
en esta frase de la agenda en el día de
hoy, y después del matinal paseo por el Parque Lineal, me pongo a escribir (no
diez volúmenes, sino poco más de diez renglones), por aquello de compartir las
fotografías capturadas y comentadas.
Vuela la cigüeña bajo nubes de humo de aviones y celebramos
la hora del planeta apagando las luces unos minutos.
Los contrastes entre la naturaleza y la civilización son
algo tan cotidiano que hemos llegado a normalizarlo.
Pero más allá de los cambios de hora que ni carboneros,
pitos reales, verdecillos o tórtolas turcas llegan a comprender; la primavera
ha llegado.
Y además empieza abril con aguas mil (parece), que falta
hace por esta reseca tierra ibérica.
Florecen los cerezos, el árbol del amor y las resecas vainas
de las catalpas ya dejan ver los brotes de la nueva temporada.
Igual que los laureles con sus flores amarillas y los acer negundos
con sus racimos penduleantes.
También el almez muestra sus frutillos bajo sus jóvenes
hojas.
En la pradera resaltan los dientes de león que han
sobrevivido a la siega.
Reverdecen los robles.
Y los impetuosos olmos ya tienen maduras sus semillas para
lanzarlas al vuelo.
Así la naturaleza de este Parque Lineal nos ofrece un
mosaico de colorida belleza.
Porque ni los principios filosóficos, las primaveras y los
atardeceres son iguales aunque nos lo puedan parecer. Por eso sigo
reflexionando en mi cotidiano caminar (ahora primaveral), apreciando las luces
y sombras de cada nuevo día, pues ninguno es igual.
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