En los amaneceres urbanos que encuadran este Parque Lineal, se nota la tensión entre el Sol y la Luna.
La eterna lucha entre las luces y las sombras que viene dándose desde tiempos inmemoriales.
La primavera se manifiesta más allá de las fechas que tiene marcadas, en una explosión floreada de almendros y prunos.
Unos kilómetros más allá, en la que fue una plazuela de pueblo, descubro la leyenda de las sombras en la Plaza de la Luna (barrio de Malasaña),
un lugar contradictorio donde conviven la Iglesia de San Martín, con los jardines infantiles, la prostitución
y el turismo de carrito que todo lo invade.
Aprovecho para un retrato sombrío.
En la proximidad de la Gran Via, la publicidad y el comercio,
compiten con los carnavales preelectorales y la eternas reformas de esta pretendida ciudad moderna.
Un Madrid en el que las gaviotas marinas se alimentan en el vertedero de Valdemingómez,
las tortolas se posan en las torres de alta tensión,
las cigüeñas no terminan de acertar con lo orgánico
y los gansos del Nilo ya invaden los estanques del Parque Lineal;
sin contar con las irrespetuosas palomas que se cagan en la realeza petrificada.
En una urbe así es normal que haya mucha hipertensión.
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