De vacaciones estaba, pues de disfrutar solo me preocupaba. La hermosura con que la Madre Naturaleza nos obsequia saturaba mi entorno y, voluntariamente, había decidido apartar las sombras en las que la codicia y la violencia de unos pocos sumergía a la sociedad en la que vivía. Días de monte y playas, de islas y veleros.
Despertome del
sueño una multitudinaria y heterogénea manifestación que bajo mi ventana
pasaba. Gritaban, bailaban y actuaban, reclamando la solución de los problemas
en los que los vecinos y vecinas del barrio estábamos metidos por culpa de
quienes, llamándose representantes del pueblo, gastaron lo que no tenían de
irresponsable manera para marcharse al cabo de su mandado, dejándonos
entrampados para rato. Atiborrada la calle, desde mi balcón observaba.
Adormilado
todavía decidí sumarme a aquella colorida marcha, que lo mismo iba por el Parque Lineal, que ocupaba las calles, se metía por los portales y hasta en los bares
se asomaba. A la reflexión llamaban quienes a la cabeza marchaban, disfrazados
con batas blancas, con disfraces y capirotes,
a nadie dejaban indiferente. Entre coloreados sueños y utopías, algo subreal parecía.
La lluvia vino
a refrescar la calurosa tarde, recordándonos la inmensa generosidad que el
planeta había tenido con nuestra especie. Sonrieron árboles y prados, el aire
se cargó de positiva energía y a todas las personas que por la calle andábamos
nos inundó el infantil espíritu que acompañó nuestra infancia, ahora grismente
mortecino frente a las televisivas pantallas que recluidos nos tenían. Nieto y abuelo corrieron alegres a refugiarge bajo el viejo olivo que junto al artificial lago resistía.
En el lejano
monte los cuervos graznaban, en la rígidas iglesias sacerdotes e imanes
adoctrinaban, en los púlpitos mediáticos expertos demagogos arengaban contra
cualquier forma de disidencia y por los barrios y plazas una marea de savia
nueva de desplegaba por las arterias de una sociedad caduca. Era como si las
dóciles ovejas, rebeldes carneros se volvieran. Ahora nadie parecia creerse los sacralizados mensajes.
Congregada
bastante gente, comenzó lo que parecía una asamblea. Con un poco de teatro
inició la exposición quien moderaba, para atraer la atención de jóvenes y
mayores. Claramente enumeró las necesidades insatisfechas que la mayoría tenía.
Desde la escasez de alimentos y vivienda, hasta la malversación de los fondos
públicos y la neoesclavitud a la que se nos sometía. Cuando traté de hablar
sentí el recelo ante el desconocido que muchos albergaban y yo mismo dudé de la
necesidad de mis palabras, pero al fin me hice partícipe y me manifesté.
Tímidas señales de aprobación fueron suficientes para mi susceptible ego. Dejé el megáfono a la siguiente.
Durante un par
de horas se reiteró, una y otra vez, la verdad tantas veces ocultada:
- Que no era necesario tanta “productividad” para tanto consumo innecesario.
- Que en lugar de tirar y gastar había que ahorrar y reutilizar.
- Que la competitividad lleva a la innecesaria acumulación e incluso a la guerra, y preciso era un horizonte de cooperación y respeto mutuo.
- Que el buen consumidor no es el rey del mercado, sino un ser manipulado.
- Que la felicidad no está en tener sino en ser uno mismo en armonía con los que nos rodean.
- Que el crecimiento sin límites es una locura mil veces repetida por quienes nunca tienen bastante.
- Que la técnica y la economía tienen que estar al servicio de la humanidad y no al revés, como pretenden hacernos creer.
- Que la excesiva acumulación de dinero por unos pocos ha creado un inmenso poder que condiciona los análisis y la toma de decisiones de los políticos y tecnoeconomistas.
- Que ninguna generación ha dispuesto de tantos recursos y sin embargo la insatisfacción personal no dejaba de aumentar.
Nada nuevo era
lo allí expuesto, pues fueron muchos los sabios y filósofos que estas ideas ya
habían expresado a lo largo de los siglos, y otras muchas personas las que las
habían divulgado en el siglo pasado. Pero todas ellas fueron tratadas como
herejes delirantes por quienes estaban al servicio de los intereses creados o
tenían simplemente miedo a ejercer su libertad. Pánico tenían los que mercadeaban con la vida de las personas y les vendían el vivir, ante la
posibilidad cierta de quienes, queriendo vivir su vida al margen de la
inquisitorial dictadura de los mercados, estaban dispuestos a crear nuevas formas
sociales sin tanta concentración de poder. Ya hubo revolucionarios de vida sencilla que predicaron con el ejemplo.
La libertad,
de la que el rico habla para ganar más y más, y el pobre reclama para
satisfacer su básica necesidad, se empezaba a vislumbrar en el horizonte. Una
libertad para crecer como ser humano, como ser social capaz de cooperar y
compartir. Una libertad para que las próximas generaciones pudiesen tener un
futuro digno. Una libertad para buscar la armonía con el planeta que nos ha
permitido subsistir. Libertad para vivir.
Hoy me asomo a
la ventana y veo casas rodeadas de huertos con árboles frutales, gallinas que
corretean picoteando aquí y allá, cabras y ovejas pastando libremente, una
pequeña fábrica de estructuras metálicas, unos cuantos vecinos ayudándose en
trabajos de carpintería, otros que vienen de recolectar frutos. Algo más allá
del bosque comunal, por donde discurre el río, un grupo de mujeres y hombres
traen manojos de hierbas medicinales y algunos peces. En lo alto del monte se
puede ver el molino generador de electricidad y por los caminos las bicicletas
van y vienen. La estación de ferrocarril queda cerca y los pocos coches que hay
se cuidan para casos de auténtica necesidad.
El trabajo
forma parte de la creatividad social en la que se vive. Se reparten las tareas
necesarias y luego cada cual se ocupa de las propias. La abundante tecnología
desarrollada durante siglos permite vivir con bastante comodidad y los límites
en el reparto permiten que todo el mundo tenga sus necesidades materiales
cubiertas, siendo considerados los codiciosos y violentos como enfermos. La
gente tiene claro que la libertad se conquista ejerciéndola y participa
activamente en la toma de decisiones.
Qué lástima
que al despertar del periodo vacacional me
haya vuelto a acosar la gris rutina de mi urbana realidad.
Qué lástima que fuera un sueño, la utopía de un mundo mejor, pero, yo creo en los sueños.
ResponderEliminarCreo en la belleza y en la bondad del ser humano.
Lo que aún no sé, es como despertaremos.
Preciosas imágenes
Besos Anaís