Después de las mil aguas de abril, llegan las flores de mayo. El dulce aroma de las acacias (robinias) y el colorido tapiz del prado salpicado de verónicas y diente de león. Las diez mil formas de los seres que somos se manifiestan con el esplendor primaveral. Y uno no puede por menos que dejarse llevar por los sentidos.
Pero no siempre es fácil comprender que formamos parte de la Naturaleza. Nos empeñamos en amurallarnos en la supuesta comodidad de la civilización, convirtiendo todo en mercancía, sin darnos cuenta que ese camino de hierro es una vía muerta que no tiene salida.
Nuestra economía del despilfarro no aprende de la "salvaje economía" de tantos hermanos biológicos, que como el liquen, la pradera, los pájaros o los insectos, nos transmiten la necesidad de la simbiosis, del equilibrio en la utilización de los recursos. Vivir en armonía con lo necesario, puede ser el arte de la felicidad.
Así las torcaces, pese a llevar "corbata y traje gris" no se empeñan en prolongar sus jornadas laborales bajo las farolas de neón. Ni el jilguero deja pasar las humildes semillas del cardo o de los molinillos, sin perder por ello la orgullosa posición para llamar la atencíon en época de celo. Golondrinas y aviones hacen viajes transcontinentales con un elegante vuelo, sin sentirse humillados por tener que hacer sus nidos con el barro que han de llevar en sus picos. Tan solo el verdecillo me recuerda a algunos humanos cuya incontinencia verbal hace que pierdan tanta fuerza por la boca que apenas pueden volar.
Realmente sensacional las imágenes descritas como las plasmadas. voveré.
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