Cae la tarde de invierno y hay que decidir entre la comodidad sedentaria del cobijo o el aventurado paseo tratando de mantener la flexibilidad que nos va quedando.
Al cruzar la calle, los contraluces de la puesta de sol dibujan las siluetas de los jugadores de petanca en su cotidiano entrenamiento físico sobre la golpeada arena.
La serena comtemplación del ocaso reflejado sobre el agua, invita a la reflexión sobre el horizonte.
El fuego solar asoma por las hendiduras de la modernista escultura metálica, cual ojo que todo lo ve en esta oxidada civilización. Y el paseo sigue en el atardecer de este Parque Lineal.
El agua se alza impulsada por el milagro eléctrico, alcanzando las anaranjadas nubes e incluso al rabo de humo del "milagroso" avión.
De regreso a casa, la noche ha cubierto la ciudad y en la calle del Parque Lineal brillan las farolas y el faro de una motocicleta sobre el asfalto, cual rojizas luciérnagas urbanas.
Y en la sombra, las luces, y de la luz dos sombras, caminando.
Ocres, dorados y rojizos... mi retina se empapa de deliciosas imagenes que invitan a una profunda reflexión, gracias...
ResponderEliminarGracias Enrique, por tan elogioso comentario.
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