lunes, 1 de abril de 2019

Principios de primavera.


“Es más fácil escribir diez volúmenes de principios filosóficos que poner en práctica uno solo de sus principios”.

Como buen aprendiz de naturalista descafeinado, me veo reflejado en esta frase de la agenda en el  día de hoy, y después del matinal paseo por el Parque Lineal, me pongo a escribir (no diez volúmenes, sino poco más de diez renglones), por aquello de compartir las fotografías capturadas y comentadas.


Vuela la cigüeña bajo nubes de humo de aviones y celebramos la hora del planeta apagando las luces unos minutos.
  
Los contrastes entre la naturaleza y la civilización son algo tan cotidiano que hemos llegado a normalizarlo.


Pero más allá de los cambios de hora que ni carboneros, pitos reales, verdecillos o tórtolas turcas llegan a comprender; la primavera ha llegado.



Y además empieza abril con aguas mil (parece), que falta hace por esta reseca tierra ibérica.
 



Florecen los cerezos, el árbol del amor y las resecas vainas de las catalpas ya dejan ver los brotes de la nueva temporada.
 




Igual que los laureles con sus flores amarillas y los acer negundos con sus racimos penduleantes.


También el almez muestra sus frutillos bajo sus jóvenes hojas.



En la pradera resaltan los dientes de león que han sobrevivido a la siega.
 


Reverdecen los robles.



Y los impetuosos olmos ya tienen maduras sus semillas para lanzarlas al vuelo.
 



Así la naturaleza de este Parque Lineal nos ofrece un mosaico de colorida belleza.
 



Porque ni los principios filosóficos, las primaveras y los atardeceres son iguales aunque nos lo puedan parecer. Por eso sigo reflexionando en mi cotidiano caminar (ahora primaveral), apreciando las luces y sombras de cada nuevo día, pues ninguno es igual.



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