jueves, 2 de agosto de 2018

A la sombra de un negundo.



A la sombra de un negundo descanso mis posaderas sobre un banco de viejos tablones de pino, saco la libreta y escribo, después de haber andado unos kilómetros. 

El sol ya calienta y los pájaros empiezan a buscar refugio en la penumbra de las ramas pobladas de verdes hojas. El agua humedeció mis zapatillas al pisar la hierba recién regada. Las fuentes calmaron mi sed y refrescaron mi rostro. Las brisas frescas del amanecer se han ido templando.

A la sombra de un “gran” roble, desnudo mis pies para sentir el contacto con la tierra y hacer unos “círculos celestiales” (Chi kung), que ya tenía casi olvidados. Siempre está bien ser consciente de la reparación mientras la mente  está ocupada en mover el cuerpo, pero con demasiada frecuencia “no tenemos tiempo para eso”.

Dos señoras andan deprisa tratando de encontrar la forma perdida, mientras comentan animadamente las “hazañas” del famoseo televisero. Y yo sin poner el amplificador de señal, con filtro para las ondas 4G, en la tv de la cocina, que sufre en soledad nuestras cenas y comidas sin su siempre entretenida presencia (me cuesta adaptarme a las nuevas tecnologías).

Una crisopa se posa en mi mano. Suena la musiquilla de un afilador de hachas y cuchillos. Hasta puedo percibir el silencio entre los renglones marcados por los motores de la M40 y el graznido de las hurracas. Soy un privilegiado, aunque a veces se me olvida. 

Una mosca investiga sobre mi índice, mientras escribo (¿será un dron espía de esos?). Las hormigas siguen en sus interminables tareas, explorando fuera del hormiguero donde la reina impone su ley y su orden. 

Se me acartonan los contramuslos y al camino vuelvo, en este Parque Lineal que tengo la suerte de “tener”.

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