domingo, 24 de junio de 2012

Paseo dominguero.

Llegaron los calores y los amaneceres rojos. El natural sofoco se instala entre los urbanitas que empezamos a ser presa de la extendida idea de huir de la ciudad hacia exóticos lugares, modestas aldeas o cloradas piscinas. Tal vez debiéramos ir pensando en cambiar estas aglomeraciones en las que habitamos la mayoría de nuestro tiempo en lugar de estar siempre planificando la próxima escapada.

Mientras tanto, como la humilde mosca que en la flor se posa, buscamos refugio en parques y jardines, antes privilegio de la aristocracia y hoy imperiosa necesidad de los animales ciudadanos.

Pues no solo somos los humanos los que aqui habitamos. Pájaros, reptiles, insectos y hasta esta pata con su retoño, tratan de encontrar cobijo entre el cemento y el asfalto. 

El bosque que arrinconaba las medievales aldeas, ha sido arrinconado por la moderna cultura del ladrillo y la industria, relegado a pequeñas reservas en constante amenaza, como esta que bordea el palacio real.

Y así, imbuidos por los pétreos mitos tallados en nuestras mentes por esta civilización de apenas unos siglos, sujetamos este axfisiante sitema, cegados por el entretenimiento irreflexivo y ruidoso.


Tal vez lleguemos a tal nivel de crecimiento y desarrollo que en un futuro no muy lejano consigamos ver un firmamento de cemento Portland salpicado de coloridas estrellitas made in China.


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