Un día más la vida me regala un paseíto con mi nieta por el Parque Lineal de las Palomeras, ese verde arrecife que sigue soportando el oleaje del mar de coches de la M40 y el del océano de cemento y asfalto de la gran ciudad.
Desde el silencio de sus raíces, los árboles nos van dando el cobijo sombrío durante el camino, pese a sobrevivir sobre la escombrera de las antiguas casitas bajas. El aroma de las flores de las acacias japonesas (sóforas japónicas), se une al griterío de las cotorras argentinas y a la humedad del agua reciclada que lanzan los aspersores, para crear un decorado con el que engañar a mi urbanita cerebro en su inconsciente necesidad de contacto con la naturaleza.
Soplan vientos saharianos que retienen a los sapiens en sus climatizados termiteros. Son los guaguaus, como dice mi nieta, los que tienen que arrancar a sus dueños del sofá y las pantallas, mientras las hormigas negras corren aceleradas sobre las hirvientes baldosas de las aceras como si no quisieran quemarse sus patitas. Estamos en alerta roja por calor (espero que no cierren El Retiro).
Sobre las colinas me parece ver a un viejo amigo y a su perro “Pancho”, siempre dispuesto a jugar, pelearse o aprovechar el celo de cualquier perra. “¡¡Guauguau!!”, exclama alborozada mi pequeña acompañante, señalando con su dedito al alegre panchito. Subimos la loma. “Pancho” nos saluda y olisquea. Su dueño parece ausente perdido en sus soledades, tantas veces aliviadas en la barra de una tasca. En sus cuencas oscuras pude intuir claramente el fuego de su personaje, ese caballero errante sin Rocinante, siempre dispuesto a batallar contra los gigantes por más consejos que le diesen los “Sancho Panza”. Quedamente me comunica que ya está buscando parcela para sus cenizas en la inmensa incertidumbre del futuro que le espera. El humo de la risa nos envuelve ante un horizonte pelado de ilusiones.
En ese momento sucedió algo increíble. Mi nieta de 18 meses se alzó sobre sus dos piernecillas, marcando dodotis, y dijo: “no se puede determinar, al mismo tiempo, con total precisión la posición y el momento de una partícula, pues las partículas cuánticas se comportan como ondas y viceversa. El mundo subatómico se comporta de distinta manera que el mundo macroscópico, como bien explica el principio de incertidumbre de Heisenberg. Por lo tanto no tiene sentido determinar el espació tiempo de tus cenizas”.
En se instante, en el que el sol se tornaba anaranjado bajo el gris manto civilizatorio, “Pancho” dijo ¡¡guau!!; y él su dueño desaparecieron como una pompa de jabón en el viento. Fue algo mágico. Mi nietecilla enseguida me miró a los ojos y balbuceó “aabuu”, para que la cogiese en mis brazos, en un sentido suspiro que la llevó a un profundo sueño.
Yo no supe qué decir, ni a quien comentarle esto; por menos han terminado muchas personas en la hoguera, así qué continué empujando el carrito “Keops” con la pequeña dormida, mientras un Nilo de sudor inundaba mis embutidas lorzas por no poder parar, temeroso de que al despertarse pudiese soltarme otra chapa de física cuántica.
Hay que ver lo que sabe esta juventud.
😂😂😂😂 Lo que me he reído, Javier...
ResponderEliminarPues sí, saben tanto que nos sorprenden... Jajaja...
ResponderEliminarY no ha hecho más que empezar...
Besos.
Aranchi
Muy bueno...
ResponderEliminarSeguramente q tú nieta da en el clavo sobre algo q yo no entiendo...
Lo demás, está muy bien relatado y me transporta a una zona por la q he paseado muchas veces.
Si vuelves a verle dale un abrazo de mi parte.
ResponderEliminarPepe