Por fin han
llegado las lluvias a esta reseca meseta urbanizada. Limpian el aire los rabos
de nubes que se descuelgan de la madre borrasca, que una vez fue tormenta
tropical. Se forman charcos en los que todo tipo de pájaros aprovechan para
darse un baño. Incluso los ánades y sus polluelos salen del estanque para
navegar en un regato desbordado, convertido en lagunilla.
El Parque
Lineal de Palomeras se despuebla de urbanitas (que llaman a esto mal tiempo) y
el canto del petirrojo se hace más evidente. Mirlos y mirlas aprovechan para
cazar a las lombrices que han salido a airearse. En la pradera resegada siguen
tréboles, llantenes, malvas, verdolagas y gramas haciéndose presentes, pese a
la guillotina mecánica.
En el robledal recojo bellotas para replantar. En el
mismo lugar donde estiro mi cuerpo para serenar un poco mi mente saltarina. En
la cara norte de los troncos de las catalpas, acacias y quercus se puede
observar la alegría de los líquenes por la humedad.
Durante un
tiempo he dudado si seguir escribiendo en este cibercuadernillo. Me dijo una
amiga que no me leía, porque era muy triste lo que escribía, y es posible que
así sea; aunque no sea mi intención.
Existe una
tendencia a fijarnos en lo negativo (como la mayoría de las noticias
televisivas). Estas injusticias o desastres activan nuestro sistema neuronal
simpático, tensándonos para la lucha o la huida (recordemos que somos animales).
Pero como no podemos cambiar el mundo, ni siquiera evitar algún desastre, nos
inhibimos; para lo cual activamos el sistema neuronal parasimpático en un
intento de relajarnos (recordemos cuantas maneras tenemos de tranquilizarnos,
incluidos los entretenimientos).
A diferencia de
los animales que si tienen que pelearse por la rama o el territorio, lo hacen y
siguen viviendo tranquilamente; los humanos tenemos la capacidad de retener
nuestras reacciones biológicas, creándonos una corriente “subterránea” de
agresividades y miedos que nos tensionan emocionalmente.
Por eso sentimos la
necesidad de realizar actividades físicas que nos ayuden a descargar parte de las
tensiones acumuladas (aunque hay quien tiene que utilizar otros métodos,
incluidas las medicinas o la escritura). En esto es posible que tenga algo que
ver nuestra forma de vivir al margen de la Naturaleza y la competitividad
convertida en norma de supervivencia social.
Ahora me viene
a la cabeza el comentario de otra amiga, que me decía que había que leerme tres
veces por la “densidad” . . . que da que
pensar. Es decir, o escribo “ladrillos” o soy un sabio (me inclino por lo
primero).
Me asomo a la
ventana para desconectar un poco de la pantalla, y veo a las cigüeñas haciendo
“el árbol” (yoga) a una pata sobre las antenas, al ritmo de un ruidoso reguetón
que sale de un coche con dos jóvenes mal aparcados. La noche urbana no conoce
el silencio ni la oscuridad. Ladran los perritos de piso y se ven por otras
ventanas, a las mujeres en la cocina y los televisores encendidos en los
salones (en mi cobijo, también).
Por eso ya estoy
pensando en el paseo que gozosamente he de darme mañana por el Parque Lineal,
para activar mi sistema parasimpático con los olores de los cipreses, los
horizontes cargados de celeste nublado, el canto de los pájaros que migran
hacia el sur y los serenos diálogos con mi niño interior, que todavía no tiene
claro qué quiere ser de mayor.
Solo espero
recargarme con una vital sonrisa que sea contagiosa.
A mi me gusta, son reflexiones que algunos no aireamos pero si que compartimos. Si te sirve te diré que, sin ser un prodigio en compresión lectora, si lo leo por segunda vez es para recrearlo, no por no entenderlo. No dejes de vivir esos paseos y de expresarlos, el mundo lo necesita aunque no lo sepa.
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