viernes, 19 de enero de 2024

RESPINGO EN EL ESPACIO TIEMPO.

 

Alejado del Parque Lineal, ahora oscuro y embarrado, donde duermen los pequeños seres alados, abro un boquete en el continuo entretenimiento que impregna mi tiempo y me asomo al presente para percibirme como el agua que corre por mi cuerpo, hijo de la tierra, y en el que el fuego de las emociones se va apaciguando desde la consciencia de mi respiración (meditación). Me asomo a la noche oscura batida por el viento del oeste y percibo la húmeda brisa desde mi cristalera.

Mientras los distintos humos envuelven la urbe de luminosos horizontes sembrados de vatios, una lejana prima de los leones africanos afila sus uñas en el tronco de la sófora japónica (falsa acacia) atrapada en el alcorque de la acera. Unos perritos de sofá, atados a la correa de su dueña durante su breve paseo, ladran a la felina, y la embarazada gatita se refugia bajo los coches (equipados con Inteligencia Artificial), aparcados junto al bordillo; esperando pacientemente que pasen los domesticados esclavos caninos. Luego sigue su aventura nocturna por la supervivencia, buscando alguna adormilada ave diurna, entre los jardines desjarnidanos o el bufet libre de una bolsa de basura abandonada fuera de la parametrizada zona de contenedores para el supuesto reciclaje. En su vientre lleva a sus futuras crías, y llegado el momento tendrá que parir (sin epidural ni matrona) y evitar que de otros depredadores sean el alimento (si consigue mantenerlas el aliento). Otro capítulo más de la vida “salvaje” y la civilizada chatarra.

Ya no hay tejados accesibles para el deambular nocturno de los mininos. Ahora ya no les queremos como ahuyentadores de ratas y ratones, ahora les esterilizamos para que no sean una plaga (como nosotros).

 La parásita luz eléctrica (de las luminarias led Philips) ha devorado la contemplación de la luna y de la bóveda de estrellas que ya no guían el camino del ser humano, convertido en habitante de sus termiteros climatizados; donde a su vez es parasitado por una comodidad perfecta que le enferma de excesos, mientras otros muchos mueren por lo contrario (“qué alegre eres”, me dice con ironía mi señora esposa). El canto de los mochuelos y los misteriosos ruidos del bosque ya no asustan al sapiens.

No quiero empaparme de las noticias de un mundo viejo en el que los poderosos de alma hueca prefieren agotar los recursos de la biosfera y llevar a la guerra a los pueblos, como forma de crecimiento económico; mientras el guiñol de los políticos representa la tragicomedia de los grandes mitos creados para la distracción del público.

¡Libertad! ¡Patria! ¡Justicia! ¡Dios! ¡Dinero! ¡Progreso!, se gritan unos a otros, y los tertulianos profetas regurgitan sus análisis en los medios de desinformación de masas (he notado que tanta “información” me descarrila las neuronas).

Menos mal que los rebeldes sin causa ya hemos conseguido organizar la resistencia creando un vergel individualizado de series, juegos, deportes y entretenimientos que nos inmunizan de estos y otros sufrimientos (por una módica cuota), en muchas ocasiones con un lindo gatito acurrucado en nuestro regazo.

Como decía Séneca para vivir bien hay que prepararse para morir (perder el miedo a la idea de la muerte). La gatita no parece tenerle miedo a la vida. La muerte no es más que un pensamiento,  decía Krishnamurti, pero como no le voy a poder explicar todo esto a la gatita (todavía no he aprendido a maullar correctamente), mejor me voy a ver la tele un rato, que hoy juega mi equipo una eliminatoria de la Copa del rey (¡¡Oe, oe, oe, oe!!), volviendo a dar un respingo en el espacio/tiempo que me ha tocado vivir (mis circunstancias que diría Pepe Ortega).

 

martes, 10 de octubre de 2023

CAMBIO DE CICLO.

 

Como todos los años por estas fechas vuelan hacia el sur los papamoscas, las cigüeñas y los verdecillos. Se amarronan las hojas de los árboles, y los jóvenes madurados alcanzamos la jubilación. Percibir serenamente los flujos de la vida nos aporta una mayor consciencia de nuestra propia existencia, permitiéndonos vivir el momento con más intensidad, con permiso de las series, el fútbol, las noticias, la geopolítica, el cambio climático y el perpetuo chicharreo de los “esmartfones”.

Esta vida es una sucesión de ciclos y procesos, de los que muchas veces no somos conscientes, hasta el penúltimo capítulo.

Una hoja cae de la rama, un compañero alcanza la emancipación del despertador y el horario laboral. El otoño ha llegado, hay que celebrarlo. A los humanos nos encanta celebrar lo que sea.

El festejo social gastronómico emerge (como los níscalos bajo los pinos) entre el vestuario laboral que una vez fue y el museo de bártulos que nunca llegó a ser. Se ha montado allí una mini ciudad de palets convertidos en mesas (por obra y arte de un artista), sobre los que se exhiben tortillas de patatas, platos de callos, paella mixta (made in Chelo) y brebajes varios. Por sus pasillos deambulamos los comensales a la caza de la “presa”. Aunque el mayor trofeo es alcanzar a socializarse con otros sapiens en una sincronización de abrazos y escuchas mutuas. Estómagos, cerebros y corazones se nutrirán de albúminas, glúcidos y emociones varias durante unos intensos minutos.

El rey del evento contempla desde lo alto de su atalaya de ilusiones un porvenir mil veces soñado, colmado de atenciones y regalos cual niño en su cumpleaños, de amiguitos rodeado. Los más viejos celebramos el estar vivos entre recuerdos y achaques. Los más jóvenes andan prisioneros de los horarios laborales y escolares que todavía les condicionan. Jefes y curritos juegan a ser iguales durante un ratito. Hay quien no calla y hay quien pone oídos, hay ojos vidriosos de emociones y miradas ausentes, incluso hay cerezos en flor que asoman por algún hombro desnudo.

Manos de finos y sensibles dedos femeninos o de gruesos y tenaces dedos masculinos, garabatean breves epístolas sobre una alegre cartulina que ha de acompañar a los demás obsequios que el agasajado, en un invisible cofre, va guardando. Un proceso emocionalmente complejo que es final y comienzo de ciclo. Mañana será un nuevo día y solo nos queda vivirlo. De nosotros depende darle sentido.

Ánimo con el camino, amigo, compañero.

P.D.: Gracias Alfredo.

viernes, 7 de julio de 2023

EL KIWI GALÁCTICO.

 

En la inmensidad silenciosa en la que todo es vibración sin forma, sentí como un pellizco, luego un suave amasamiento y después ya estaba flotando en un universo oscuro.

Había escuchado historias sobre las semillas de vida que crecen sin saber qué son semillas. Ahora parecía que yo era una de ellas.

Mi naturaleza se hinchaba como un garbanzo en remojo, por estar flotando en aquel cálido líquido (pensaba yo, sin todavía haber aprendido a pensar).

Oía voces que decían que era como un kiwi, al tiempo que se producía una marea que me llevaba de un lado a otro. ¿Iba a ser una jugosa fruta forrada de pelo?

Comencé a sentir que me movía sin yo moverme. Brotaba en mi ser una consciencia que no recordaba y una voz cariñosa que siempre me acompañaba (aunque, a veces, se quejaba).

No sé cómo, percibía ciclos que se repetían. ¿Estaba dando vueltas alrededor de una de esas estrellas que forman las pequeñas galaxias? Tal vez viajaba sobre una de esas piedras que llaman planetas. No sabía yo que los kiwis fuesen tan listos.

Poco a poco empezaron a crecerme ramas en un tronco que también parecía crecer por dentro. ¿Sería un árbol? Había escuchado historias sobre estos seres que crecían en la Tierra. Menuda duda existencial.

Cada vez escuchaba más voces, y la siempre cariñosa se quejaba más cada día que pasaba. Comencé a sentirme como una pesada carga de la que deseaba desprenderse, como la rama que desea que se caiga la fruta madura.

Sentí miedo de ser aplastado. Apenas podía moverme. Aquel mar se había convertido en un pequeño charco. Tenía que prepararme para lo peor.

Y llegó el momento en que la dulce voz no paraba de gritar, y mi pequeño universo parecía que iba a explotar. Se oían más voces, y una luz que entraba por algo parecido a un túnel. Algo gordo iba a pasar. Mi intuición nunca me había fallado.

Y pasó lo que tenía que pasar. Me asomé al nuevo mundo, y sin cursillo de preparación alguno, aprendí a gritar y a sufrir aquel aire que ahora entraba dentro de mí por la nariz. Yo, que creía haber alcanzado mi plenitud, tuve que volver a empezar otra etapa de mi vida.

Al menos ahora sabía lo que era, uno de esos sapiens que andan siempre entretenidos por darle sentido a su existencia. Pero yo lo tenía muy claro, lo había dicho aquella misteriosa voz, era un kiwi, probablemente sapiens, pero un kiwi de las galaxias. Tenía pelo por fuera y era tierno y jugoso por dentro. Era evidente.

P.D.: A esa pequeña criatura que a este mundo se aventura.

Su abuelo.

jueves, 25 de mayo de 2023

ELECCIONES

 


La vida está llena de elecciones, algunas libres y otras condicionadas. Cuando salimos del paraíso uterino de nuestra madre, tenemos que elegir entre respirar o morir. Cuando nuestros padres eligen que educación darnos, no elegimos nosotros. Cuando elegimos emparejarnos, lo hacemos condicionados por las circunstancias biológicas y sociológicas, lo mismo que nos sucede con el trabajo. Es importante saber distinguir.

Cuando empecé a hacer uso de mi libre albedrío elegí dejar de estudiar para estar todo el tiempo posible con mi churri, elegí hacer la mili para conseguir trabajo, elegí madrugar durante más de 40 años para tener un salario que me permitiese satisfacer mis necesidades.

Ahora puedo elegir levantarme cuando quiera, gracias a que los derechos sociales logrados por los trabajadores durante los últimos siglos me permiten tener mis necesidades cubiertas en los últimos años de mi vida. Pero esto no ha sido siempre así y es posible que deje de serlo.

La historia de la humanidad nos enseña cómo han ido cambiando las sociedades y los individuos. Solo hay que asomarse a los libros y contrastar las informaciones (como hacía Heródoto).

Cuando de elegir se trata conviene ser conscientes de nuestros condicionamientos, explorar segundas y terceras opiniones (como con los médicos), y responsabilizarnos de nuestras decisiones.

Vivimos en una democracia en la que los ciudadanos podemos elegir a nuestros gobernantes, que ya no son impuestos por la fuerza o la voluntad divina (aunque siempre hay fuerzas ocultas que influyen poderosamente). Procuremos que sean las personas más capaces, honradas y justas.

En esta sociedad de consumo todo parece limitarse a saber elegir el mejor producto, teniendo en cuenta la relación entre la calidad y el precio. Como decían en mi barrio, “que no te vendan una burra con alas”.

Que la fuerza de la reflexión te acompañe en el difícil equilibrio entre razón y emoción (está complicado).

viernes, 28 de abril de 2023

MEDITACIÓN 2.0

 


“Pasamos gran parte de nuestra vida buscando la felicidad sin ver que el mundo de nuestro alrededor está lleno a rebosar de maravillas. ( ) Si logras estar aquí, en el presente, si logras ser libre, serás feliz en ese mismo instante. No necesitas nada para serlo” (“Silencio”, Thich Nhat Hanh.)

Hoy ha sido un día en el que me he levantado al amanecer para disfrutar de la mañana como hacen los trabajadores, pero consciente de los aromas de la acacias y las melias en flor. Sin tiempo de reloj que me apretase el alma.

 En el vagón subterráneo que me llevaba al Retiro he comprobado, una vez más, como el 90% de mis congéneres iban con la cabeza gacha sobre su Smartphone. Una pequeña manada de sapiens en completo silencio alimentando al Big Data, en pleno ejercicio de su libre albedrío individual (y yo dando la nota con un libro de papel).

En la salida de la Estación del Arte (Atocha, anteriormente) observo a la empleada de Metro que ha salido a tomarse un respiro en forma de cigarrillo y al vigilante de seguridad que la acompaña en su soledad. Ambos observan el “estiércol” humano que alguien ha dejado, a manera de abono en la escalera, casi en la puerta del Ministerio de Agricultura. Me imagino que no ha sido una protesta simbólica sino más bien algún sapiens que ha tenido la misma necesidad fisiológica que cualquier paloma o perrito, pero que por ser humano no está bien visto que la satisfaga como cualquier otro animal. Además esta no era de las que se podía meter en una bolsita. Me imagino que habrán dado parte al correspondiente departamento para que al final tenga que “comerse el marrón” el personal de limpieza (siempre tan necesario, en una sociedad tan sucia como esta).

Hemos sido capaces de domesticar el agua para que salga por nuestros grifos (de momento), la energía eléctrica brota en nuestros hogares, incluso surcamos mares y cielos con nuestras latas autopropulsadas. Pero no hemos sido capaces de dominar nuestro ancestral inconsciente biológico que constantemente nos provoca chispas entre el deber y el deseo. Somos animales y racionales (unos más que otros). Yo mismo siento un qué sé yo animal cuando veo a mis congéneres del otro género (¿tendré la sangre alterada?).

Es primavera y la invisible belleza de la polinización desde los erectos estambres a los receptivos pistilos nos pasa desapercibida.  Los atareados humanos que paseamos, apenas oímos el canto alegre de los verdecillos y jilgueros encelados, aturdidos como vamos con nuestros ruidos (mentales o de auriculares).

Después de una “dura” jornada cargada de tareas domésticas (hacer la cama, poner la lavadora, preparar una ensalada, ir otra vez a la compra, recoger la ropa tendida, . . ) y un paseo por el Retiro, me dispongo a meditar un rato.

La meditación es un entrenamiento de la mente para poder ser conscientes de nuestra realidad, bastante diferente a la que nuestro ego nos hace percibir. Dice la neurociencia y la psicología que necesitamos apaciguar el cerebro del continuo torrente de pensamientos y emociones que le inundan, y que cuando no tenemos media hora al día para meditar es porque es probable que necesitemos dos horas (yo, de momento, me pongo casi todos los días más de media hora).

Me busco un lugar tranquilo y me preparo para un baño de quietud y silencio. Procuro encontrar una postura corporal “digna” sin dislocarme las rodillas y sin que se me “duerman” los testículos haciendo el loto (que luego parece que tengo “hormiguitas” dando vueltas por la zona).

Ya aposentado, dirijo mi atención al aire que entra y sale por mi nariz, llenando y vaciando mis pulmones, al tiempo que estiro mi espalda y trato de desconectar del continuo pensar de mi masa encefálica (gasto una talla 61 de sombrero). En ese momento comienza el “telediario” corporal y mental. A través del internet neuronal me llegan noticias de los lejanos pies cansados y doloridos de tanto aguantarme. Rápidamente se suman  a la queja mi rodilla izquierda, la zona lumbar  y algunas vértebras cervicales. Intento aplacar la manifestación estirándome. Después de una negociación, termino por aceptar sus justas reivindicaciones, prometo escucharlas y cuidarlas más a menudo.

Parece que el acuerdo apacigua las exaltadas emociones. Inspiro (4”), retengo el aire (8”), expiro (12”) y siento como la ausencia de aliento me anuncia la muerte, hasta que vuelvo a inspirar (con más ganas). Recordando que tengo que inhalar y exhalar suavemente para que no se altere mi emocional amígdala, lo confunda con agitación corporal y pueda desencadenar una reacción del sistema simpático (esto de respirar tiene su técnica, cuando no estamos en automático).

Por unos instantes parece que mi mente está callada. Pero no. Como una interminable serie de neflix, empiezan a surgir capítulos de mi vida (pasada, presente y futura). Que si me he gastado mucho en consumir cosas que a lo mejor no eran necesarias, que si los bancos no tienen obligación de tener más que el 1% del capital líquido, que si no me quieren como yo quiero que me quieran, que si los políticos profesionales siguen vendiéndonos su producto, que si la biosfera se va a tomar por culo y nosotros con ella, que si la vecina de al lado tiene más atención a la tele que al perrito que quiere que le saquen a lo suyo, que si estaban más sanos los cazadores recolectores del paleolítico que los fofisanos del siglo XXI, que si .  . . ..

 ¡¡Silencio, coño!!, grita mi neurocortex a la agitadora amígdaliana y al reptiliano hipotálamo. Pero ni puñetero caso. No me queda más remedio que aplicar a rajatabla la máxima del gran gurú Chu Ching  Rimponché: “chucho, chucho, que no te escucho”. Me pongo a hacer ruiditos (mantras lo llaman los entendidos), para dirigir mi atención a la vibración sonora que genero y no  al chicharreo perpetuo de mi ego.

 Al principio funciona, luego se establece una encarnizada batalla entre mis inconscientes “discursos” y mis conscientes respiraciones. Es lo que tiene ser un paradójico sapiens. Lo bueno es que cuando consigo poner la atención solo en la respiración se produce un espacio lleno de silencio, y qué cuanto más practico más fácil me resulta encontrar esos momentos en mi vida cotidiana (tres respiraciones conscientes y mi mundo cambia).

La moderna cultura del entretenimiento en la que vivo no facilita el saber que soy energía vibrante en el Universo. Me creo que soy el personaje que he creado a lo largo de mi vida. Que soy lo que tengo: cuerpo, experiencias, conocimientos, propiedades, títulos, creencias, .  . .Si por un casual se me ocurriese ir por ahí diciendo que somos como una célula con patas con nuestra membrana neuronal, rellena de líquidos y órganos, a la que la vida le ha permitido evolucionar hasta crear un inteligencia artificial que guie nuestra existencia, me mirarían raro y podrían dar parte a la inquisición del siglo XXI, la Santa Normalidad.

Cuando de tiempo  dispongo, me impaciento si no estoy entretenido con algo. Parece que tengo la necesidad de sumar los placeres que constantemente me ofrece el estado del bienestar. Es como una persistente envidia por tener lo que no tengo (como ese perrito bonito que siempre pone “ojitos” para que le den algo).

Cuando esto escribo, soy consciente de mi ignorancia, de mis prejuicios y de mi estupidez ilustrada, que me impiden mantener la necesaria y serena ecuanimidad. Mi ánimo siempre parece estar dispuesto a descarrilarse con unas palabras o actividades incorrectas. Soy un fiel reflejo de la civilización en la que me he desarrollado.

Sujeto durante una época al tiempo autoritario que me exigía logros sociales para ser valorado, me cuesta revelarme contra la cómoda indisciplina en la que vivo, repleta de bajas pasiones (por ser bastante animal, como ya he comentado). Luego, no tengo compasión en soltarle la “chapa” a los demás en lugar de aplicarme el cuento que predico.

Al observarme en mi queja continua porque el mundo no es como yo quiero, me doy cuenta de lo afortunado que soy al disponer de todo lo necesario para ser feliz y doy gracias por ello. Pero el deseo interminable suele empujarme a seguir sumando, dificultándome la dicha plena de no necesitar nada más.

La meditación, y la actitud meditativa en la vida cotidiana, me ayudan a filtrar el rechazo a lo diferente, que suele ser complementario, como la vida y la muerte (no siempre mi verdad es la verdad). Persisto diariamente en la búsqueda de ese oasis reflexivo que me permite seguir nomadeando por la árida historia del bicho humano en este planeta que nos dio la vida y al que despreciamos desde nuestra soberbia tecnológica y nuestro egocentrismo patológico.

Continúo entrenándome en la práctica de ser consciente de los trajines de mi mente condicionada, y trato de llevar mi atención donde necesito, para lograr un mayor grado de bienestar desde la simple contemplación del momento presente sin la perenne bruma de pensamientos, juicios o emociones. A veces, después de un buen rato, consigo unos minutos de silencio mental (¡guau!).

Que nadie piense que el camino está hecho por lograr un día acallar la sinapsis neuronal y lograr un vislumbre de paz interior, sino que, poco a poco, hay que ir desbrozando la vereda de cardos y hierbajos mediante el continuo tránsito cotidiano de la práctica serena. Pero, como cuando subo una montaña, cada vez tengo más perspectiva y una profunda satisfacción por los pequeños logros conseguidos. La paciencia es la madre de la ciencia, decía mi madre.

Si no das el primer paso es imposible que recorras el camino.