lunes, 25 de noviembre de 2019

Vuelven las cigüeñas a las antenas


 

Vuelven las cigüeñas a posarse sobre las antenas por falta de árboles, después de la gota fría que ha inundado antiguos valles y ramblas llenas de viviendas o sembrados. Ahora toca el reseco “veroño”, ese otoño sin lluvias y con elevadas temperaturas.


Hemos pretendido dominar a la Naturaleza con nuestros pequeños egos endiosados y terminamos atrapados en el gran despropósito de la sobreabundancia normalizada y de la sobreestimulación de nuestros sentidos como forma ser. Cada vez parece que necesitamos más no sé de qué, persistiendo insistentemente en obviar nuestros desequilibrios personales y nuestra desarmonía con la Naturaleza, de la que formamos parte. 
 

Queramos o no, somos animales, no máquinas. Necesitamos amar, compartir nuestros sentimientos, buscarnos el sustento y conocernos a nosotros mismos. Pero a la velocidad que vamos no tenemos tiempo para mirar nuestra brújula interior y el mapa del espacio/tiempo sobre el que nos vamos desplazando. 




Parece que las cigüeñas hacen un uso más natural de esas antenas que no dejan de inundarnos con sus ondas, para transmitirnos el juicio de una mujer que ha matado a un niño, el último triunfo deportivo, la continua violencia contra las mujeres a manos de los machos despechados, la incertidumbre política, social o económica, el penúltimo coche fantástico que nos permitirá ser más libres, la antepenúltima guerra en un lejano país, el perfume que nos hará más atractivos, la deliciosa comida basura que satisfará nuestro exquisito paladar o el fabuloso viaje que jamás habíamos imaginado. El caso es que los pájaros (y otros animales) saben vivir como lo que son, pero los antropocentrinos tecnológicus, seguimos con la fiebre mental producida por tanta intoxicación mediática, imaginándonos que somos lo que no somos. Nos creamos burbujas mentales en las que vivimos una realidad paralela. Y ya sabemos lo que pasa con las burbujas.



El “carpe diem” y el “memento mori”, han dejado de ser ideas para la serena reflexión sobre el sentido de nuestra existencia, y han terminado siendo unos de los tatuajes más extendidos entre las tribus urbanas, y una excusa para el desenfreno de los sentidos como forma de vivir el presente. Ninguna cruz te hace buen cristiano, ni ninguna frase te hace sabio. Es decir, todo que he escrito hasta aquí no son más que palabras perdidas en el ciberespacio, reflexiones desde mi particular burbuja.



Pero yo quería escribir sobre el verano tardío en el que ya no están los vencejos, aviones y golondrinas sobrevolando nuestros cielos y la consiguiente alegría de moscas, mosquitos y hormigas aladas. 


Quería escribir sobre el  anuncio del otoño en las amarronadas hojas caducas agarradas a las mismas ramas en las que descansan papamoscas, carboneros o mosquiteros (con el permiso de las urracas y cotorras). 


Quería escribir sobre las nubes atormentadas y el agua estancada, a veces tan necesaria y otras veces tan arremolinada. Quería escribir sobre el ocaso en el horizonte urbano y los contraluces en las colinas que ocultan la autovía. 

Quería agradecer a quienes me han acompañado, a quienes me acompañan y a quienes me acompañarán en el este camino vital. Quería, pero me llega el aroma de la comida desde la cocina. En otro momento, será.



P.D: Han pasado ya dos meses y sigo igual, con mis sentidos sobreestimulados y mis deseos desenfrenados, pensando en escribir otra cosa, tan solo ha cambiado que ahora no  veo cigüeñas en las antenas sino fuegos artificiales en el pueblo que creció en las faldas de un monte con un castillo medieval coronado por un iluminado vía crucis que lleva a la ermita del lugar;  todo bañado por el rumor y la brisa del mar, en un invierno que ya se ha empezado a anunciar sobre unas tierras que fueron lago, arrozal, huertas, manglar y ahora son bloques para turistear. Y una vez escrita la “tontá”, solo me queda: guardar o publicar (y cocinar).


No hay comentarios:

Publicar un comentario