domingo, 2 de diciembre de 2018

Paseo al Mercadoma.



Recibo el listado de la compra. Me pertrecho con la ropa de abrigo, el carrito y unas pegatinas de “El barrio es nuestro. Cuídalo”. Pego la primera junto a los cubos de basura, rodeados de escombros. 

En el jardincito del callejón, sigue plantada la marihuana con sus cogollos, junto a un bosquecillo de álamos que han ido brotando “salvajemente”; a las puertas de los bajos ocupados por familias gitanas. Al doblar la esquina de la tienda del chino, veo una pancarta en el cruce: “La parroquia es del barrio, no del cura o del vicario”. Una joven subsahariana me pregunta qué significa eso. Le explico lo poco que sé, sobre la larga lucha que llevan los cristianos que predican con el ejemplo contra las burocráticas estructuras eclesiásticas; ahora son los partidarios del Papa Francisco los que sufren la resistencia a compartir, del clero establecido.

Junto al ambulatorio veo al fontanero que sufrió un error quirúrgico en la cabeza, siempre acompañado por su señora. El paisaje nocturno luce iluminado por las farolas y los pequeños comercios que todavía quedan en el barrio; con más coches que personas, algunas de ellas refugiadas en el “club social” (bar) “El Pitorra”. Una patrulla de la policía aparca sobre la acera de “La Oveja Negra”, para smartphonear.

Junto al gran gimnasio, con su música para moverse, duerme la Huerta agroecológica urbana “Espinakas”, con su puerta de somier viejo. Unas mujeres pasean comentando recetas de cocina, entre jóvenes y mayores enganchados a sus smartphones. Los perros corren con sus farolillos led al cuello. 

Las restricciones a los coches viejos, hacen que haya más gente en la parada del bus. Un joven surfea, a toda velocidad, con su tabla sobre la acera; mientras una chica bajita y un chico alto se lo toman con calma. Al doblar la esquina, el aroma de las arizónicas se mezcla con volátiles humos de hachís.

Una agencia de viajes anima a dar vueltas por el mundo. Enfrente los repartidores de MRW prolongan su jornada con la paquetería que da vueltas por el mundo. “Er que t kuen” sigue con su oferta de bebida y ración o bocadillo, por 3 euros. La tienda de complementos alimentarios musculantes, ha dejado su lugar a una de pocholadas de segunda mano.

Unos gitanos se quejan de que les han rajado las cuatro ruedas del coche, “si siempre lo dejo ahí y no pasa na”. La “Gestoria Gonzalez” no para de arreglar papeles. Los nuevos cubos de basura orgánica decoran la ciudad desde hace semanas. Una joven anciana con garrota, se aventura a pasear en la noche. Dos niñas mayores se cuentan a toda prisa sus historias, mientras echa el cierre “Alquimia” (pintura y decoración). Yo cojo un boleto en la tienda blindada de apuesta y loterías.

La freiduría “Nucita” expele su perfume a gallinejas y entresijos de cordero. Termino de poner la última pegatina frente a la luminosa tienda de “Belleza y estética de calidad. Starbella” (botox, hilos tensores, Plexr  láser, mesoterapia, aliduya, celulitis, varices, Ellansé, . .).

Dos madurescentes juegan a ser psicólogas de una tercera (ausente). Dos jóvenes madres acarrean a sus bebés y los primeros paquetes navideños. Al pasar por MUGA (librería), escucho las toses de los fumadores/as en las terrazas de los bares contiguos, con el rumor de reguetones y motores. El mesón Siglo XXI, ya lo llevan los chinos. Unas seis adolescentes se arremolinan dando grititos en torno a los smartphones.

Por fin llego a mi objetivo, el mercadoma de turno, con su gran variedad de productos de todo el mundo y su gran superficie recién reformada con una iluminación led extrema. Almejas del Pacífico, abadejo de Alaska, arándanos del Perú, merluza de El Cabo, navajuelas chilenas, guacamol de Almería,  lecitina de soja, magnesio, anacardos …. y una botellita de Rioja. Voluntarias y voluntarios recogen comida para los bancos de alimentos y los comedores sociales. En la puerta, los pobres de siempre ven disminuida la generosidad de los clientes.

Por la “Zona oulet” me cruzo con la concejala de Medio Ambiente (Inés Sabanés, EQUO) que vive y anda por el barrio. Tantas impresiones van alterando mi sistema nervioso, en forma de ansiedad. ¿Se me descongelarán las almejas y los mejillones?.

Del kebap salen aromas de especias, que se mezclan con el de la marihuana que dos jóvenes universitarios y barbudillos se fuman en un banco de la acera. Van cerrando los pequeños comercios y van llenándose los bares y los poyetes.

En el buzón de casa recojo la revista de Médicos Sin Fronteras de otro vecino, que la han metido en el nuestro. Descargo el carro de la compra y me doy el lujo de una ducha templada (hoy he pasado de los 15.000 pasos). Podía haber ido en coche del garaje al parking, pero como dijo aquel: “se hace camino al andar y no desde el sofá”.

Medito un rato si publicar este “ladrillo” en el ciberespacio (o dejarlo escrito en la libreta, como tantas otras letras). Al final mi ego parece imponerse, y mis queridos destinatarios tendrán que padecerme (¡y sin fotos!). Lo siento.

3 comentarios:

  1. Qué bonito!!
    Me he sentido transportada a vuestro barrio, que podía ser el nuestro, por supuesto.

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  2. Cómo siempre, genial.
    Todo un regalo de Navidad, Javier.
    Gracias

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