viernes, 12 de octubre de 2018

Fotopaseo fronterizo (más o menos).




A veces, las muchas palabras cansan. Ya lo dice el dicho: una imagen vale más que mil palabras.

Comienzo un sencillo paseo, viendo a las cigüeñas desperezarse en las antenas de los bloque de enfrente,


que sigo, atravesando los bloque de pisos (en el día de la Hispanidad), el anillo ciclista y la zona de ejercicios,






contemplando el lago y sus reflejos, y siendo atraído por lo “oculto” (lo que hay al otro lado de la M40).






Cruzo el puente que vibra con mis pasos.


Atravieso la “frontera”, para seguir viendo más fronteras (calles, varias líneas de ferrocarril, bloques de ladrillo, más autovías, vallas y más vallas), es lo que tienen las periferias de las ciudades.



  Desde los castillos y las poblaciones amuralladas, hasta nuestros días; el homo sapiens ha ido creándose fronteras.



En un ejercicio de mirar arriba y abajo, a izquierda y derecha, adelante y atrás; observo una rapaz (probablemente un cernícalo) entre el planeo de las cigüeñas, la laboriosidad de las hormigas,



una zona verde cuidada (Parque Lineal de Palomeras) y otra en estado de abandono “salvaje”,



 los barrios que me rodean (Entrevías, EL Pozo, Villa de Vallecas, el Ensanche de Vallecas, Madrid Sur, el polígono industrial, . . . .




 Entre cardos e hinojos, descubro las cagadillas de los conejos y juego con los contraluces (que para eso he cogido la cámara hoy).

 





Suena el Smartphone. Mi esposa, cual estrella, me atrae a su órbita (cafetito y pincho de tortilla por el Cocherón de la Villa) y vuelta al cobijo, que hay que hacer cosas en casa.






Aprovecho para sacar las últimas fotos de las florecillas silvestres,



los últimos contrastes urbanos, a los cipreses en flor,


las setas que crecen en los troncos, un diente de león,



unos abuelos en  su tranquilo paseo,



una achicoria, una hermosa acacia japonesa con sus frutos (sófora japónica),



una madre (smartphone en mano) y sus retoños jugando, la dura lucha de una hormiga obrera acarreando a otra con alas (que quería ser reina y terminará siendo alimento);



 y antes de llegar a casa, a un hombre en sillas de ruedas por en medio de la calzada, en una demostración de pundonor y ganas de vivir. 

Y es que hay otras muchas fronteras que no se ven.

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