sábado, 5 de julio de 2014

Paseo de verano en el Parque Lineal de Palomeras

Entre los bloques de pisos me asomo al pequeño oasis que es el Parque Lineal de Palomeras.

 Sobre una reseca rama de melia mal plantada, el alcaudón otea en busca de su presa.
 La caminanta es guiada por su cánida mascota, entre el horizonte de nubes.
 Las últimas acacias que florecen (sóphora japónica),
 contribuyen al aroma floral del parque.
 El malvavisco reclama la atención de las escasas abejas y otros insectos.
 A ras del suelo, el prado no segado muestra su diversidad.
 Las abubillas introducen su largo pico en la tierra en busca del jugoso manjar.
 Las barras metálicas junto a la M40 parecen la imposible regla para medir el cielo.
 El humilde y casi siempre recortado aligustre muestra sus generosas inflorescencias.
 Un mirada al cielo y me siento rodeado de Naturaleza.
 Con naturalidad disfruta una joven familia del soleado verdor.
 Con la misma naturalidad que otros disfrutan del agua.
 Esa agua que lo mismo forma charcos por exceso,
 que escasea hasta la muerte.
 Mientras tanto, nos queda el caminar.
 Aunque sea rodeado de autovías.
 Porque nunca es tarde si la dicha es buena.
 Ni la belleza se encuentra en los escaparates;
como una sencilla flor viene a recordármelo.
 Algunos rincones me pareces más asturianos que vallecanos.
 El espliego tapiza el aire con su fragancia,
 y algunos grafiteros con sus ..... ¿letras?.
 Jóvenes y menos jóvenes recorren estos caminos huyendo del excesivo sedentarismo.
 O buscando la sombra y el descanso.
 Al final del Parque Lineal de Palomeras, el horizonte urbano que no cesa.
 Vuelvo mi vista hacia otros horizontes más cercanos,
 más asilvestrados, como estas malvas enanas.
 Consciente de la historia marina del Cerro Almodovar y de la inflacción urbanita.
 Vuelvo por el sombreado carril bici.
 Internándome de vez en cuando entre catalpas y robles.
 Admirando el esfuerzo de quien corre tanto en la sombra,
 como en la soleada cuesta.
 La "última" inmigrante, la torcaz, rebusca estre las hierbas,
junto a la intersección de ramales, viales y otros "canales".
 Una pradera de verdolaga, me recuerda lo nutritiva que es y lo despreciada que la tenemos.
 Otra salvaje flor.
 Y el remozado lago, recién visitado por la autoridad, en medio del secarral.
 Descanso mis posaderas sobre los tablones de pino del banco,  por donde asoma una florecilla.
 En medio del estanque un platillo volador.
 El mismo estanque que alberga las siluetas de las nubes y los árboles.
 Y ahí están, las genuinas habitantes del Barrio de Las Palomeras,
 cebándose de pan, hasta que un desaprensivo las espanta para sacar una foto.
 Vuelve el dulzón aroma de las adelfas.
 Sufre el ciclista en la calurosa mañana, ya tarde.
 Tras las flores de colores, un viejo barrio se esconde.
 Y la floreada mediana hace que los coches tengan que separarse.
 El arte ingenuo decora una bola de cemento.
 Las calles se llenan de coches por la falta de espacio para aparcarlos correctamente.
 Lo humano y lo metálico se mezclan con la vegetación,
 en el paseo de un día de verano,
en el que una pareja de cotorras encuentran espacio para su amor,
y yo difrutaré del lujoso placer de una ducha para quitarme el sudor.

1 comentario:

  1. Buen reportage fotográfico excelentemente comentado. Gracias por la visita y no te preocupes por las traducciones, nos entendemos sin necesidad de recurrir a la perfección, aunque tristemente para muchos las lenguas suponen barreras.

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