lunes, 31 de marzo de 2014

Entre la mostaza silvestre y la enseñanza obligatoria.


 Mañana fresca de húmeda primavera, en la que cuesta vencer la normalizada comodidad de quien dispone de cueva climatizada. 

En el primer tramo del camino observo este hermoso ejemplar de sinapis arvensis (mostaza campestre), desbordando salvajemente los parámetros del alcorque que ha okupado.


 Ya un poco más allá la belleza cautiva de una madreselva amarilla confinada en un jardin vallado.


Al cruzar el lecho de asfalto, una grieta metaforica avisa de la crisis civilatoria.


La lluvia ha escondido a los ciclistas, y tan solo algunos elementos raros nos aventuramos al camino.



Por fin alcanzo la simulación del bosque, la ilusión de estar en la naturaleza en medio de la ciudad.


Dejo que mi mente se recree en los contraluces inflorescentes del acer negundo.


Que mi olfato saboree los aromas de los floridos árboles.


Que mi vista se abstraiga de la mole de pisos para recrearse en el árbol del amor.


Una perrilla cazadora de botellas de plástico se sorprende de mi presencia, y yo capturo su mirada.


Una joven acampa bajo su enorme paraguas para comunicarse por su smarfone.


Por un momento parece que no estoy en la ciudad.


Hasta los cerezos en flor junto a la M40 saludan con alegría primaveral.


Más allá, en otro horizonte, rebrotan las gruas y los nuevos asentamientos que ensanchan la ciudad.


Vuelven a brotar los chorros de agua en el estanque. Es como si se acercansen unas elecciones.


El solitario pinito contrasta con el viejo polígono industrial de Vallecas y el nuevo Ensanche.


Los olmos, como todos los años, son de los primeros en lanzar sus semillas al vuelo.
 

Algún cazador intrépido se ha lanzado en busca de la barra de pan.


Los torturados troncos, crean imágenes extrañas.
 

 Al cobijo de un gran arbusto, un sofá jubilado espera la visita de los jóvenes.


 Los ánades reales dirimen sus diferencias ante la escasez de hembras.


Las antiguas colinas han sido tapizadas de cemento y asfalto.


La ciudad se refugia en mancomunidades cerradas sobre pequeñas zonas verdes.



Una enorme valla con doble alambrada, oculta un centro educativo donde se enseña el programa curricular establecido, de forma obligatoria. No es de extrañar que los niños y niñas salgan corriendo de ahí.



 Y desde lo alto de un antiguo arenal comtemplo la vieja iglesia de la Villa de Vallecas, rodeada de la modernidad arquitectónica.


Esa modernidad de miles de pisos hormiguero, atravesados por torrentes de automóviles y señales de peligro.


Ese peligro que no se ve, pero que está llevando a muchas personas a la miseria en medio de la abundancia.


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