lunes, 22 de julio de 2013

Ojacastro (desconectado)



De esas veces que uno va a comprar cebollas y sale con 25 euros de compra, sucedió que hubo una fluctuación en el flujo eléctrico. Por unos segundos se fue la luz y el sistema informatizado de las cajas dejó de funcionar.  El cajero no sabía qué hacer, los consumidores nos quedamos en una cola que no dejaba de crecer. Al cabo de unos minutos  volvió la normalidad.


“Perdidos” en una pequeña aldea en el valle del río Oja, no consigo sintonizar ninguna emisora de radio, no tengo internet  y siento que estoy desconectado del  caudal informativo al que me he acostumbrado.

No tengo más remedio que reflexionar, una vez más, sobre la cultura en la que estamos inmersos, mientras escucho el canto de un verdecillo sobre la copa de un castaño en flor y observo el vuelo de los vencejos bajo la llovizna que riega los bosques de robles que tapizan las laderas de los montes.  Frente a mi ventana un gurriato dormita esperando ser cebado sobre la rama de un “manzano” que da ciruelas.


La tarde cae con una serenidad y calma que, de alguna manera, me pone “nervioso”. Llevamos día y medio de vacaciones y todavía no hemos abandonado el ritmo de la ciudad. Aún recuerdo como esta mañana, de regreso de Santo Domingo de la Calzada, bromeábamos acerca de las advertencias de ciervos en la carretera y sin previo aviso saltó un cervatillo cruzando la calzada. Lo más natural nos sorprende y hasta nos asusta. Suenan truenos de tormenta y la luz juega con los colores verdes, grises y amarillos. Cae agua a raudales sobre los tejados.



 Como la polilla se empeña en ir hacia las bombillas, con riesgo de morir tostada, así nos afanamos en ir hacia la tecnología a riesgo de perder nuestra humana naturaleza y convertirnos en unos “máquinas”. Así es que me pongo al teclado del ordenador y busco la manera de lanzar esto al ciberespacio, no sea que me quede todavía más “desconectado”.

 P.D: Por fin he conseguido una wifi abierta en la ciberteca del pueblo, aunque algunos lugareños que acuden a la itinerante consulta del médico (que está en el mismo edificio) me observan dentro del coche como un bicho raro.

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