viernes, 3 de agosto de 2012

Sueño de una tarde de verano



De vacaciones estaba, pues de disfrutar solo me preocupaba. La hermosura con que la Madre Naturaleza nos obsequia saturaba mi entorno y, voluntariamente, había decidido apartar las sombras en las que la codicia y la violencia de unos pocos sumergía a la sociedad en la que vivía. Días de monte y playas, de islas y veleros.


Despertome del sueño una multitudinaria y heterogénea manifestación que bajo mi ventana pasaba. Gritaban, bailaban y actuaban, reclamando la solución de los problemas en los que los vecinos y vecinas del barrio estábamos metidos por culpa de quienes, llamándose representantes del pueblo, gastaron lo que no tenían de irresponsable manera para marcharse al cabo de su mandado, dejándonos entrampados para rato. Atiborrada la calle, desde mi balcón observaba.

 
Adormilado todavía decidí sumarme a aquella colorida marcha, que lo mismo iba por el Parque Lineal, que ocupaba las calles, se metía por los portales y hasta en los bares se asomaba. A la reflexión llamaban quienes a la cabeza marchaban, disfrazados con batas blancas, con disfraces y capirotes,  a nadie dejaban indiferente. Entre coloreados sueños y utopías, algo subreal parecía.

La lluvia vino a refrescar la calurosa tarde, recordándonos la inmensa generosidad que el planeta había tenido con nuestra especie. Sonrieron árboles y prados, el aire se cargó de positiva energía y a todas las personas que por la calle andábamos nos inundó el infantil espíritu que acompañó nuestra infancia, ahora grismente mortecino frente a las televisivas pantallas que recluidos nos tenían. Nieto y abuelo corrieron alegres a refugiarge bajo el viejo olivo que junto al artificial lago resistía.

En el lejano monte los cuervos graznaban, en la rígidas iglesias sacerdotes e imanes adoctrinaban, en los púlpitos mediáticos expertos demagogos arengaban contra cualquier forma de disidencia y por los barrios y plazas una marea de savia nueva de desplegaba por las arterias de una sociedad caduca. Era como si las dóciles ovejas, rebeldes carneros se volvieran. Ahora nadie parecia creerse los sacralizados mensajes.

Congregada bastante gente, comenzó lo que parecía una asamblea. Con un poco de teatro inició la exposición quien moderaba, para atraer la atención de jóvenes y mayores. Claramente enumeró las necesidades insatisfechas que la mayoría tenía. Desde la escasez de alimentos y vivienda, hasta la malversación de los fondos públicos y la neoesclavitud a la que se nos sometía. Cuando traté de hablar sentí el recelo ante el desconocido que muchos albergaban y yo mismo dudé de la necesidad de mis palabras, pero al fin me hice partícipe y me manifesté. Tímidas señales de aprobación fueron suficientes para mi susceptible ego. Dejé el megáfono a la siguiente.


Durante un par de horas se reiteró, una y otra vez, la verdad tantas veces ocultada:
  • Que no era necesario tanta “productividad” para tanto consumo innecesario.
  • Que en lugar de tirar y gastar había que ahorrar y reutilizar.
  • Que la competitividad lleva a la innecesaria acumulación e incluso a la guerra, y preciso era un horizonte de cooperación y respeto mutuo.
  • Que el buen consumidor no es el rey del mercado, sino un ser manipulado.
  • Que la felicidad no está en tener sino en ser uno mismo en armonía con los que nos rodean.
  • Que el crecimiento sin límites es una locura mil veces repetida por quienes nunca tienen bastante.
  • Que la técnica y la economía tienen que estar al servicio de la humanidad y no al revés, como pretenden hacernos creer.
  • Que la excesiva acumulación de dinero por unos pocos ha creado un inmenso poder que condiciona los análisis y la toma de decisiones de los políticos y tecnoeconomistas.
  • Que ninguna generación ha dispuesto de tantos recursos y sin embargo la insatisfacción personal no dejaba de aumentar.
           Recordando viejos tiempos y lo que costó conseguir los derechos y la libertad ganada; la gente parecía muy cabreada.


Nada nuevo era lo allí expuesto, pues fueron muchos los sabios y filósofos que estas ideas ya habían expresado a lo largo de los siglos, y otras muchas personas las que las habían divulgado en el siglo pasado. Pero todas ellas fueron tratadas como herejes delirantes por quienes estaban al servicio de los intereses creados o tenían simplemente miedo a ejercer su libertad. Pánico tenían los que mercadeaban con la vida de las personas y les vendían el vivir, ante la posibilidad cierta de quienes, queriendo vivir su vida al margen de la inquisitorial dictadura de los mercados, estaban dispuestos a crear nuevas formas sociales sin tanta concentración de poder. Ya hubo revolucionarios de vida sencilla que predicaron con el ejemplo.
La libertad, de la que el rico habla para ganar más y más, y el pobre reclama para satisfacer su básica necesidad, se empezaba a vislumbrar en el horizonte. Una libertad para crecer como ser humano, como ser social capaz de cooperar y compartir. Una libertad para que las próximas generaciones pudiesen tener un futuro digno. Una libertad para buscar la armonía con el planeta que nos ha permitido subsistir. Libertad para vivir.

Hoy me asomo a la ventana y veo casas rodeadas de huertos con árboles frutales, gallinas que corretean picoteando aquí y allá, cabras y ovejas pastando libremente, una pequeña fábrica de estructuras metálicas, unos cuantos vecinos ayudándose en trabajos de carpintería, otros que vienen de recolectar frutos. Algo más allá del bosque comunal, por donde discurre el río, un grupo de mujeres y hombres traen manojos de hierbas medicinales y algunos peces. En lo alto del monte se puede ver el molino generador de electricidad y por los caminos las bicicletas van y vienen. La estación de ferrocarril queda cerca y los pocos coches que hay se cuidan para casos de auténtica necesidad.

El trabajo forma parte de la creatividad social en la que se vive. Se reparten las tareas necesarias y luego cada cual se ocupa de las propias. La abundante tecnología desarrollada durante siglos permite vivir con bastante comodidad y los límites en el reparto permiten que todo el mundo tenga sus necesidades materiales cubiertas, siendo considerados los codiciosos y violentos como enfermos. La gente tiene claro que la libertad se conquista ejerciéndola y participa activamente en la toma de decisiones.
Qué lástima que al  despertar del periodo vacacional me haya vuelto a acosar la gris rutina de mi urbana realidad.

1 comentario:

  1. anaisay.wordpress.com11 de agosto de 2012, 21:24

    Qué lástima que fuera un sueño, la utopía de un mundo mejor, pero, yo creo en los sueños.
    Creo en la belleza y en la bondad del ser humano.
    Lo que aún no sé, es como despertaremos.
    Preciosas imágenes
    Besos Anaís

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